Catones de nuevo cuño
Por: Rodolfo Godoy Peña
“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”
Joan Manuel Serrat.
A raíz de la detención domiciliaria acordada contra el ex presidente y senador Alvaro Uribe Vélez se han hecho varias manifestaciones públicas en favor del encausado, una de las más publicitadas es la “Declaración de Solidaridad” suscrito por 21 ex – presidentes de gobiernos de América Latina y España que se agrupan en lo que, mediáticamente, se conoce como IDEA.
Esto no sería novedad -ni pernicioso- sí esos mismos firmantes manifestaran su opinión solamente desde la solidaridad personal, e incluso, desde su propia apreciación sobre la carrera del senador, intentando hacer énfasis en lo que a su leal entender fue un buen gobierno ejercido por el indiciado, porque el senador Uribe, sin lugar a dudas, ha hecho cosas buenas y cosas malas, pero se le está juzgando por las malas y no por las buenas.
Lo aberrante del manifiesto no es la solidaridad entre amigos sino los juicios de valor sobre la aplicación de justicia en Colombia, y más grave aún, que mandatarios extranjeros hagan señalamientos imputándole al poder judicial colombiano el dañar la democracia y el Estado de Derecho por ideologizar el sistema judicial colombiano a través de la manipulación de la garantía y de tutela universal de los derechos humanos, acicateados por una rencilla personal de otro senador contra Uribe. Muy deleznable este señalamiento y muy vulgar esta injerencia.
Uno de los elementos esenciales de la democracia es la fiducia de los ciudadanos en los poderes públicos; y si bien es cierto que es entendible –que no bueno- que la persona afectada por un decisión judicial adversa intente deslegitimar esa acción que va en su contra, no es tolerable que un grupo de líderes políticos, habiendo ejercido la más alta investidura en sus respectivos países, pretendan deslegitimar un poder público de otra nación de manera tan displicente y grosera, obedeciendo a sus propias convicciones ideológicas y faltando a la verdad; porque se debe decir con todas sus letras que en ese manifiesto hay dos elementos muy de bulto: un falseamiento de la verdad y un atentado contra la soberanía y la democracia, especialmente la colombiana.
En el primer punto –sobre todo para quienes hemos dedicado al estudio del Derecho nuestra vida académica e intelectual- es de suyo que en un juicio que se siga a una persona por los delitos que se le imputan a Uribe (fraude procesal a través de amenazas de testigos y cohecho a título de dolo), lo procesalmente correcto es arrestarlo por el peligro que significa que el imputado esté en libertad y pueda seguir cometiendo el delito en forma continuada; sin embargo parecería que, en este caso, los expresidentes, varios de ellos abogados, prefieren convenientemente proferir descalificaciones en contra del poder judicial colombiano, omitiendo y desconociendo la causa y sus implicaciones judiciales, y adecuando los hechos a sus creencias y no a la evidencia.
Pero lo que es más corrosivo a nuestro juicio, es que, este grupo de extranjeros ilustres por los cargos ejercidos, horadan la credibilidad en la democracia colombiana, como si tuviesen derecho desde la ignorancia y desde la parcialidad ideológica a erigirse en censores de la soberanía de otro país, una especie de “catones” de nuevo cuño. Se condolía en una entrevista, uno de nuestros hermanos colombianos, porque su gobierno no haya protestado de la manera más enérgica esa afrenta infligida a sus poderes públicos con el subsecuente daño que se la hace a esa democracia, pero esto se explica claramente desde la debilidad moral que exhibe el gobierno de Duque en su reiterado ejercicio de irrespeto para con sus vecinos.
La élite política colombiana, desde el capítulo del Caldas en el Golfo de Venezuela, pasando por bombardear el territorio ecuatoriano, permitir el apostamiento de bases militares extranjeras en su suelo y finalizando en el triste capítulo de entrometerse en la soberanía de otros países de América Latina que no comparten su visión ideológica, ha sido una promotora contumaz de disturbios políticos en la región, de modo que se hace muy difícil esperar del presidente Duque una defensa de sus propias instituciones democráticas.
En la actualidad es muy común escuchar la afirmación que sostiene que la humanidad ha ido perdiendo la capacidad de asombro, pues en esta era de la posverdad -que se erige sobre la proliferación de bulos y la difusión inmediata e indiscriminada de mentiras a través de los medios digitales-, se nos confronta descarnadamente con todo lo que el hombre es capaz de hacer, para bien o para mal, coloreado todo ello desde la óptica del emisor y llevado a los extremos de lo bufo con la intención de adecuar la realidad a las creencias particulares de cada receptor, porque ya no es el ejercicio intelectual de buscar la verdad para calzar el pensamiento con la realidad, sino que se practica ese disparate cognitivo –muchas veces doloso- que supone la falsificación de hacer que la realidad se embuta dentro de las creencias particulares; y esto aplica para todos los modos de adulteración de la verdad, provenga de intelectuales, escritores, etc., o se expresen esas fullerías en una Declaración de Solidaridad como la de los expresidentes.
No importa, entonces, si los hechos en la realidad nos conducen a combatir nuestros prejuicios y dogmas, sino que lo importante es que esos dogmas sean ratificados por la realidad que quiero ver o que narro, para darle fuelle a mi verdad, omitiendo – o lo que es más lamentable-, actuando en contra de los elementos fácticos que para otro observador, no contaminado por los mismos dogmas personales, resultan un falseamiento de la verdad sin remisión; y esto no sería tan determinante si solamente sucediera entre “los tontos del pueblo, convertidos en los portadores de la verdad” tal y como los describe con brillo Umberto Eco, cuando se le cuestiona por los opinadores e influencers de las redes sociales; sino que, lo más grave es que esa adecuación de pensamiento sin tomar en cuenta los hechos sino las creencias, proviene de formadores de opinión, de líderes políticos, de intelectuales y de pensadores, que suelen quedar al desnudo cuando se les confronta con el principio que defienden haciéndoles un careo con una realidad que les es adversa: es entonces cuando pierden la coherencia, pero como son seguidos y aplaudidos por esa masa anónima de las redes sociales, entonces se ratifican en su error aupados por la galería suponiendo que los principios se forman a través del consenso colectivo y no por la dialéctica de normas de conducta dirigidas hacia el bien.
Esos seguidores son los hombres–masa de Ortega, que son arrastrados por la demagogia, porque existe tanta demagogia en un político como en un intelectual que solo busca el aplauso del público: en el primer caso para ganar popularidad en promesas que no son posibles de cumplir y, en el segundo caso, buscando la misma popularidad con enunciados que muchas veces desprecian la realidad pero que solicita con desesperación que la marabunta les masajee su ego. Frente a esa alteración del pensamiento y de la acción de los líderes políticos e intelectuales en la época moderna podría acuñarse una frase de este tenor: “Se mide la inteligencia de un individuo por la cantidad de followers que es capaz de soportar”, con el perdón de Immanuel Kant por la libre disposición de su célebre idea.
Seamos honestos: no es verdad que los influencers, los “tontos del pueblo” de Eco, sean líderes con respecto a las masas que creen manejar porque, al final, siguen siendo masa por mucha bulla que hagan. Si Ortega y Gasset hubiese vivido en la época digital no hubiera necesitado desarrollar su teoría a través de variados ejemplos de la sociedad, ya que le hubiese bastado y sobrado únicamente con las redes sociales para probarla porque, en esta era digital, la masa desplazó a las élites del pensamiento que en un proceso simbiótico se confunden con esas mismas masas y que han terminado siendo sometidos por la dictadura del postureo en una búsqueda desesperada de aceptación social.
@rodolfogodoyp