CAPÍTULO II. Forjando un Estado

Por: Rodolfo Godoy Peña

Al desembocar Venezuela en el siglo XX llega al poder Cipriano Castro “El Cabito” a lomos de la Revolución Liberal Restauradora, movimiento militar conformado inicialmente por 60 hombres y que, después de sumar algunos adeptos en su campaña a través del país, logra hacerse con el poder central. Este episodio nos demuestra, cómo una nítida radiografía, cuan débil era el Gobierno Nacional y sus Fuerzas Armadas, tan frágil que apenas requirió menos de un centenar de hombres para derrocar al presidente Ignacio Andrade. A esa debilidad institucional histórica hay que sumarle las consecuencias de uno de los episodios más deplorables contra nuestra soberanía, como lo fue el bloqueo que realizaron gobiernos extranjeros a nuestras costas, hecho ocurrido en 1902.

Aun cuando seguía siendo muy limitada la capacidad de respuesta de nuestro ejército, es primordial destacar la valentía de esos hombres de armas que se enfrentaron con inexistentes posibilidades de éxito a aquella agresión desproporcionada de fuerzas extranjeras contra nuestro país. No se amilanaron para atacar con fuego tamaña incursión atentatoria contra nuestra soberanía, como el caso del cañonero Panther, que fue repelido y averiado por los disparos efectuados desde el castillo San Carlos, defensa que fue ejercida por valientes soldados pundonorosos que, aún ante la evidencia de su inferioridad no dejaron de cumplir con su deber patriótico; de allí que debemos sacar de esos episodios otra lección ahora que Venezuela está sometida, de nueva cuenta, a amenazas que comprometen su soberanía. Cuando se lleva a cabo el bloqueo contra nuestro país se avivó en la ciudadanía un fervor patriótico generalizado por defender la nación que quedó recogido en la memorable proclama del presidente Castro que iniciaba así: Venezolanos, venezolanas, la planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la Patria.

Hay casos representativos de esos venezolanos dignos que, haciendo a un lado las diferencias políticas internas no prestaron su concurso traidor para que nuestro país fuera agredido por otras naciones, y no solo no traicionaron al país desde la omisión, sino que ofrecieron su ayuda decidida al gobierno que adversaban para combatir la agresión externa. Es emblemático el caso del general José “Mocho” Hernández quien, estando preso por alzarse contra el gobierno de Castro, ofrece su decidida ayuda para repeler la agresión foránea en una muestra de patriotismo y de amor a Venezuela que debería servir de ejemplo a las nuevas generaciones.

Las consecuencias que tuvo ese evento, sumado a la interminable  sucesión de levantamientos y asonadas en los albores del siglo XX para las Fuerzas Armadas, nos lo recuerda Tomas Polanco Alcántara así: Poco se dice en nuestros estudios históricos del destrozo que causó a nuestro país el bloqueo de 1902: la reducida flota de guerra nacional, formada por un crucero pequeño y en mal estado, cuatro cañoneras”erael pequeño arsenal que quedó devastado por la agresión de las potencias extranjeras.

Entre las filas del movimiento “restaurador” liderado por el general Castro se suman dos hombres que serán determinantes en la historia patria y especialmente para las Fuerzas Armadas del país: los generales Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras, ambos figuras claves en una Venezuela que, a pesar de haber transitado cronológicamente del siglo 19 al 20, continuaba en el espiral decimonónico de violencia, caudillos, revueltas y bochinche.

Se puede decir, sin riesgo de yerro, que éramos una Nación pero no éramos un Estado, pues a pesar de tener los elementos constitutivos del mismo, el gobierno no tenía la capacidad de ejercerse en la totalidad del territorio porque, además de que eran casi inexistente las vías y sistemas de comunicación interna, los diferentes caudillos y sus ejércitos particulares no obedecían al designio del poder constituido ni al cuerpo legal de la república sino que, por el contrario, seguían el dictado de sus propias apetencias. Nuestra población, dramáticamente mermada por las guerras, revoluciones y las enfermedades, era cuando menos escasa, tal y como lo revela la disyuntiva de Santos Luzardo frente al progreso en el país.  

Se hacía menester entonces que antes de consolidarnos como Estado se procediera a suprimir las fuerzas armadas paralelas que pululaban por el país, siendo ellas el principal foco de perturbación para la consolidación y el progreso de Venezuela, y debe decirse con honestidad histórica que en esto cumplió un rol protagónico y determinante el Benemérito, el general Juan Vicente Gómez, quien con dedicación y  un agudo sentido militar se dispuso a erradicar el mal endémico del caudillismo venezolano. Fueron necesarias más de 20 campañas o acciones militares y alrededor de 2 años para derrotar definitivamente el caudillaje criollo; y una vez que estuvo controlada la anarquía en el país, naturalmente se presentaba la fase de consolidar las Fuerzas Armadas Nacionales para que tuviesen una labor efectiva en el resguardo de nuestra soberanía y en la defensa de las instituciones.

El Benemérito cuando se dedica a la labor administrativa parte con una ventaja desde la primera magistratura que, decididamente comparte con Páez y tal vez con Soublette, y es que conocía muy bien todo el territorio del país por haberlo transitado palmo a palmo, de modo que tenía de primera mano la comprensión de la realidad venezolana. La labor la acomete el general Gómez desde varios frentes: por un lado la derrota militar de los jefes regionales y, por el otro, la incorporación de los restantes caudillos al gobierno a través de un Consejo de Gobierno que los hacía participes de la gestión del poder; no sin resaltar que inició un proceso de intercomunicación en el país a través de carreteras; aprovechó y mejoró la capacidad del telégrafo como sistema de comunicación e inteligencia y, lo que nos atañe, inició un proceso de concentración de mando y de profesionalización de las Fuerzas Armadas Nacionales.

Y estaba siendo tan eficaz la labor de organización dentro de las Fuerzas Armadas, que el embajador de Estados Unidos de Norteamérica en Venezuela para 1914 no puede dejar que informar a su gobierno que el general Gómez había llegado a Caracas el 1 de enero comandando más de seis mil hombres (6.000) repartidos en fuerzas de caballería, artillería e infantería, integrantes todos ellos de la guarnición militar de Maracay.

En este proceso también cumplirá un papel fundamental el general Eleazar López Contreras, quien fue uno de los mejores colaboradores del presidente Gómez y su sucesor en la presidencia, y que a pesar de no ser militar de academia sino de luchas (participó en algunas acciones en la Revolución Liberal Restaurador y al lado de Gómez para la derrota del caudillismo) era un hombre ilustrado, autodidacta, investigador, escritor y dotado de una admirable capacidad organizativa. El presidente López tiene en su haber memorables obras bolivarianas militares y estudios sobre el Gran Mariscal de Ayacucho; y le correspondió la importante tarea de coadyuvar y terminar de dar forma a ese ejército nacional –primero como Ministro de la Defensa y luego como Presidente-,  fundando las fuerzas armadas de cooperación, y ser quien le entregó por primera vez el poder ejecutivo a un militar de academia, el también general Isaías Medina Angarita, como corolario de su patriótica acción dentro de la evolución del país y de su clase militar.

En opinión de este escritor no cabe duda que si el general Páez fue el partero de la República, el general Gómez –tercer rey de la baraja– fue el partero del Estado venezolano porque no se puede ignorar que con él Venezuela logró tener presencia gubernamental unificada en todo el territorio y fue capaz de proteger su soberanía y el ejercicio del poder; siendo que logró que las Fuerzas Armadas se consolidaran como garantes del orden público y la protección de las instituciones.

@rodolfogodoyp