Nada se consigue haciendo nada
Por: Daniel Godoy P
Hemos sido testigos de primera mano del intenso debate que, durante las últimas semanas, ha surgido en torno a la convocatoria a elecciones para la Asamblea Nacional el próximo 6 de diciembre, cita fijada por nuestra Constitución y que, en todo caso, salvo que haya un gran pacto político que implique que el Gobierno y la oposición se sienten a dialogar para postergarla o modificar su convocatoria- se va a realizar bajo las condiciones que la mayoría conocemos.
No pretendo hacer de este artículo un espacio para la discusión sobre la constitucionalidad o no de la elección, o sobre la conveniencia de un gran pacto político que incluya a todos los sectores de nuestra sociedad para poder salir de la crisis -ya tendremos tiempo para entrar en esas profundidades- lo que si deseo manifestarle a usted que me lee es que, aunque parezca que ya toda la suerte está echada y que es poco lo que se puede hacer, esta tierra de gracia no deja de asombrarnos.
En el año 2016 tuve la oportunidad de representar a Venezuela en un evento organizado en Alemania por la Fundación Friedrich Naumann sobre ciudades inteligentes y desarrollo sustentable, este evento congregó a gran cantidad de personas provenientes de distintos lugares del planeta (Estonia, Taiwán, Corea del Sur), por supuesto América Latina no fue la excepción. Como algunas de las conferencias que recibíamos eran en alemán siempre nos acompañaban un par de traductores (alemán-español en nuestro caso); recuerdo con especial aprecio a uno de ellos, un hombre con poco más de 50 años llamado Hans, nacido en Berlín Oriental, en el corazón de la Alemania comunista, él al enterarse que yo era venezolano -y político de oposición- buscó la forma de preguntarme por la situación de nuestro país, como era presumible la conversación llegó al tema del que, a cualquier político le gusta habla: las elecciones.
Como quien se siente experto en la materia -sobre todo por vivir y padecer en carne propia como un ciudadano más los desmanes que agobian a Venezuela- comencé a intercambiar vivencias de la política nacional; cabe destacar que poco tiempo antes de este encuentro entre Hans y yo, se nos había negado a los venezolanos la posibilidad de ejercer nuestro derecho constitucional al referendo revocatorio, así que en medio de esta conversa le expresé a mi atento oyente que, a veces, me asaltaba la duda sobre si era de alguna utilidad seguir votando en Venezuela, aquel hombre, cuya expresión reflejaba concentración total en lo que le relataba, tomo aire lentamente, y con mirada profunda exclamo una respuesta serena: “En la República Democrática Alemana siempre hubo elecciones y uno podía decidir votar o no, pero esa era mi única elección, no los candidatos, ni las condiciones, el derecho a votar es una elección en sí misma y era mi única forma de expresarme en un país donde ni siquiera podía elegir que marca de zapatos o ropa usar”. Hoy más que nunca esas palabras dan vueltas en mi cabeza por distintas razones.
Es evidente que en una sociedad políticamente polarizada como la nuestra, se hace un planteamiento moralista sobre el derecho al sufragio, para algunos sectores de la oposición el votar de la forma en que está planteada la elección es mala, casi un delito, un hecho que debe ser rechazado no solo por los venezolanos, sino por todo aquel que se precie de ser un demócrata en cualquier lugar de la tierra; mientras que para el gobierno y el sector de la oposición que está decidida a atender el llamado de la contienda, el votar es bueno, casi un acto heroico. Pero realmente en votar no hay nada de bueno ni nada de malo, porque en el ejercicio de un derecho consagrado en nuestra Carta Magna no caben esos adjetivos; lo que sí parece muy malo por ineficaz es que, ni de un bando ni del otro se le indique a los ciudadanos -que, dicho sea de paso, son nuestros electores- cuáles son los beneficios que reporta votar o no, tanto para quienes pretenden abstenerse como para quienes por el contrario manifiestan la voluntad de participar.
Debo decir con franqueza que, en mi criterio, son mayores los riesgos dejando de sufragar que ejerciendo el derecho per se, por una sencilla razón: la Asamblea Nacional es la única rama del poder público donde existe la absoluta, verdadera y máxima expresión de la representación popular. En los últimos diez años, tener representatividad en este espacio, nos ha servido a quienes adversamos al gobierno, como un potente amplificador para demostrarle a los venezolanos y al mundo qué es lo que realmente sucede en la nación. Fue nuestro voto en el 2015 el que hizo que la comunidad internacional (algo que era impensable) entendiera mejor el sufrimiento y padecimiento de la mayoría de nuestro pueblo, gracias a la representación de un grupo de diputados que se dedicaron con paciencia, constancia, sin extremismos y usando las herramientas políticas que tenían a su disposición para explicar el aumento progresivo del autoritarismo, las violaciones de derechos humanos, la persecución política y la falta de autonomía de las demás áreas del poder público en Venezuela.
Nuestros legisladores recuperaron espacios y con ello la situación del país fue ganando preponderancia y captando la atención de los principales escenarios internacionales del accionar parlamentario, cada vez se hizo más frecuente la denuncia de las transgresiones sistemáticas a nuestros derechos fundamentales en tribunas como la Unión Interparlamentaria (IPU) y el Grupo latinoamericano y del Caribe (GRULAC) solo por nombrar dos de ellas. Todo eso, aunque algunos extremistas no quieran reconocerlo, fue gracias a nuestro voto y a la participación masiva de millones de venezolanos.
No hay que ser un entendido en la materia política para darse cuenta que estamos frente a un gobierno autoritario, que hace un uso abusivo del poder y que está dispuesto a usar cualquier artimaña o recurso para mantenerse en él, pero eso no es nuevo para nosotros, ni lo descubrimos con la designación de los rectores del Consejo Nacional Electoral (CNE) por medio de una sentencia emanada del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), eso lo sabemos desde hace mucho tiempo y aun así siempre hemos sacado mayor provecho de nuestra acción política cuando escogemos la vía electoral.
El que decidamos no participar y llamar a la abstención trae consigo otro riesgo desde el punto de vista práctico, y es que no todos los que lleguen a ocupar las curules de nuestra Asamblea Nacional (sin distinción de si son del gobierno o de la oposición) pueden ser los más idóneos o los mejor preparados para sacar a Venezuela de la crisis en la que está sumida. Si no tenemos voz alguna que nos represente en el parlamento difícilmente se ayudará a resolver la situación política, social y económica, porque no conozco a nadie que se pierda en la mitad de un bosque y su estrategia sea quedarse callado para que de esa forma lo encuentren.
Con estas reflexiones no pretendo disertar y mucho menos convencerlo sobre si usted que me está leyendo debe ir o no votar, por el contrario, busco de una forma muy pragmática y sencilla se comience a preguntar a si mismo ¿Cuáles son los beneficios de abstenerse o qué pierde si vota?, pregúntese si decide abstenerse ¿Cuál es la alternativa que le proponen quienes predican la inhibición de su derecho? y si decide votar ¿Cuáles son las propuestas y proyectos de quienes piden su voto?.
¿Fácil? No, nunca lo ha sido y no lo será, pero lo que si le puedo asegurar es que nada se consigue haciendo nada, como dijo Theodore Roosevelt a quien me permito citar “En cualquier momento de decisión, lo mejor que puedes hacer es lo correcto. Lo peor que puedes hacer es nada”.
@danielgodoyp
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