CAPITULO III. Forjando una Democracia I

Por: Rodolfo Godoy Peña

Al mediar el siglo XX, Venezuela había transitado la terminación de los caudillajes y afrontaba otro reto -de nueva envergadura- que era el ejercicio del poder por un “caudillo único” soportado no en grupos armados personales, sino por las Fuerzas Armadas Nacionales.

Ya no había una atomización de poderes provinciales sostenidos por cuerpos armados regionales y personales que se aniquilaban en luchas fratricidas, sino que se produjo la entronización de un único caudillo producto del arribo al poder del general Juan Vicente Gómez -y la extensión de ese modelo en cabeza de los generales López Contreras y Medina Angarita- que fue capaz de darle al país el orden y la estabilidad necesaria que le había sido esquiva durante cien años. Y este modelo se sostuvo por la transición natural, necesaria societariamente de huir del caos del país de las guerrillas, para darle una base de estabilidad, que permitiría el progreso a través de la estabilización de la situación política de Venezuela.

Frente a la carencia de institucionalidad, o su marcada debilidad, las Fuerzas Armadas fungían como sostén del poder político y, siendo así, lo natural era que al “hombre fuerte” de esa institución le correspondiera liderar los destinos del país. Tanto Eleazar López Contreras como Isaías Medina Angarita, al llegar a la presidencia de la República, venían de ejercer la máxima jefatura de las Fuerzas Armadas, encabezando el Ministerio de Guerra y Marina.

Y eso era necesario. El ejercicio práctico de la teoría del “cesarismo democrático” desarrollada por el ilustre venezolano Laureano Vallenilla se hacía evidente como lo demuestran las cifras del mejoramiento en todos los ámbitos en el periodo comprendido entre 1910 y 1945, pues la multiplicidad de caudillos y las violencias del siglo precedente hacían de Venezuela uno de los países más atrasados en la América hispana.

Este periodo del “gendarme necesario”, transicional entre el siglo XIX al XX, se tambalea cuando una parte de la sociedad venezolana aspira, aupada por movimientos políticos partidistas, tener mayor y más importante participación en la elección de sus gobernantes y superar a través de instituciones, la égida del poder militar sobre el poder político. Sin dudas la estabilidad institucional era producto de la fortaleza y lealtad de las FF.AA. pero al final del período del general Medina Angarita sucede un evento que nos retrotrae al siglo XIX con intervención nuevamente del estamento militar para decidir los destinos del país.

Al Congreso Nacional le correspondía elegir al sucesor del presidente Isaías Medina para el quinquenio que se iniciaba en el año 1.946 por lo cual se desató un conflicto entre éste y el general López Contreras quien aspiraba a sucederlo en la presidencia. A Medina Angarita, le parecía improcedente tal eventualidad; además consideraba que el país no estaba preparado para la democracia directa como lo pedía el sector político del país. Estas posiciones, ostensiblemente encontradas, deterioraron las relaciones entre el tándem rector de la política y militar del país.

Ambos personajes tenían gran prestigio y fuerte liderazgo dentro de las Fuerzas Armadas, con lo cual se preveía una eventual confrontación entre facciones rivales y el consiguiente retroceso en la estabilidad del país; esta situación contaba con el agravante que los jóvenes oficiales venezolanos, profesionales de academia que habían tomado los puestos de comando una vez que fueron desplazados los “chopos de piedra” gomecistas, tenían sus propias expectativas políticas para el país.

En la búsqueda de una solución negociada a la crisis generada, se propuso la figura de un candidato que fuera de consenso entre ambos presidentes y en esa negociación fue determinante un partido en ciernes, Acción Democrática.  Es de hacer notar que esa tolda era el principal vocero opositor que impulsaba el cambio del sistema político y que desplegó una oposición rigurosa, no únicamente en contra del presidente Medina sino también contra el sistema electivo de segundo grado que preveía nuestra Constitución de 1936.

Como ejemplo para las nuevas generaciones es de justicia decir que, el presidente Rómulo Betancourt – el “cuarto rey de la baraja” –  fundador de ese partido, a sabiendas del riesgo que implicaba que se desatase un conflicto entre hombres de armas, aparcó prudentemente lo deseable para actuar sobre lo mejor, de modo que negoció con los militares, los presidentes en conflicto y con el candidato de consenso, el Dr. Diógenes Escalante, para que este fuera el presidente y así ganar tiempo para ir madurando el tránsito definitivo hacia la democracia directa.  

Pero ese intento se frustró porque “el pasajero de Truman”, como llama Francisco Suniaga a Escalante en su estupenda obra homónima, perdió la razón y el conflicto llegó a su clímax: el presidente Medina fue derrocado. El poder militar, que venía siendo determinante en los destinos de Venezuela desde el gobierno del general Páez, se rebeló frente a la posibilidad de perder su papel de “gran elector” y eso dio al traste con la senda de la democratización paulatina que venía produciéndose en Venezuela desde la muerte de Gómez en 1935.

A pesar de todos los esfuerzos que el partido Acción Democrática realizó para evitar el derrocamiento del Gral. Medina, de igual manera integró el nuevo orden nacido del golpe de estado como el factor civil del nuevo gobierno y justificó aquello como algo inevitable. El golpe se daría sin ellos o con ellos, y lo mejor era estar como factor de equilibrio.

Aun cuando debe ser analizado en otros espacios, creo que Acción Democrática estuvo conspirando con la joven oficialidad para derrocar al presidente Medina; caso contrario es difícil explicar el plácet que tuvieron con los militares para negociar con Escalante y la posterior participación en el golpe y en la Junta de Gobierno, nacida con el decimonónico nombre de Revolución de Octubre.

El tiempo le dio la razón a Betancourt, en tanto en cuanto intentó desactivar la precipitación de los cambios políticos a través de las armas. Las Fuerzas Armadas no estaban preparadas aun para obedecer al poder estatuido, ya que todavía quedaban muchos resabios de caudillismo y en la ciudadanía no había calado plenamente el significado de la democracia.

De esa interrupción armada al hilo constitucional el 18 de octubre de 1945, el país vivió un importante retroceso en su vida política pues el nuevo orden de cosas estaba de nueva cuenta sostenido por la voluntad de los fusiles y se había alterado el pacto social del país, el cual intentó reconstruirse con la Constitución de 1947, sin éxito.

Las FF. AA, ya profesionalizadas y reconfiguradas como un cuerpo orgánico, con profundo sentido patriótico y colectivista de carácter nacional, aún no habían logrado desembarazarse del todo del concepto del caudillo que les permitiera entrar definitivamente en su papel como garante y no decisor en un estado democrático moderno, recelando la posibilidad de los civiles como gobernantes y apoyados en la historia. Es de resaltar que Venezuela durante 128 años de vida republicana solo estuvo gobernada durante muy breves periodos, que suman solo meses, por civiles electos como presidentes, tales como José María Vargas, Manuel Felipe de Tovar o Rómulo Gallegos. Es cierto que hubo otros presidentes civiles designados, pero siempre como albaceas bajo el control del jefe militar de turno.  

Y el país civil, tal y como se demostró por la pasividad exhibida ante el derrocamiento del maestro Rómulo Gallegos, tampoco estaba preparado para asumir el papel de dueño de su propio destino y defensor del sistema de gobierno.  

@rodolfogodoyp