OPINIÓN

Otras literaturas

Por: Linda D’ambrosio

A menudo subestimamos de manera petulante cierto tipo de trabajos por venir expresados en formatos que no son los convencionales. Deberíamos ampliar nuestros horizontes y abrir nuestra mente…

Al igual que el grafiti, que solo en los últimos años ha logrado trascender del oscuro rincón de la cultura de masas y ganar un espacio propio tanto dentro de las expresiones plásticas como en el mercado del arte, también el cómic ha logrado penetrar el vasto territorio de la literatura y conquistar en él un sitial bajo la forma de novela gráfica.


Tradicionalmente, el uso de imágenes en los textos se ha asociado a los libros de cuentos, a la narrativa dirigida a los niños, quienes, con una capacidad lectora más limitada, ampliaban su comprensión del contenido a través de lo que se representaba en las estampas. Pero la ilustración tiene importantes repercusiones más allá del ámbito infantil. La imagen puede competir, distorsionar y hasta colidir con el texto. Sabido es cómo el escritor británico Alan Moore, una de las figuras más influyentes en el desarrollo de la novela gráfica contemporánea, acompaña sus textos de indicaciones obsesivamente precisas dirigidas al ilustrador.


Así pues, a pesar de que suele pensarse en el cómic como una categoría dirigida mayormente al público juvenil a causa de las imágenes, es un género que ha venido recuperando progresivamente sus contenidos sociales más críticos, de los que se había visto desposeído en los años 50 por un movimiento que lo acusaba de ocasionar delincuencia juvenil. Durante mucho tiempo, los editores eludieron los aspectos más humanos y oscuros de los superhéroes, y se evitaba que las historias pudieran ser blanco de críticas que ocasionaran un eventual descenso de las ventas.


Ya en los ochenta, un grupo de escritores procura imprimirle un sentido más adulto. Inclusive, personajes que procedían de la tradición de los años 40, como Superman, Linterna Verde o Spiderman, se enzarzaban en discusiones de marcado contenido político, explica Frank Miller en la introducción a BatmanEl Regreso del Caballero Oscuro

Poco antes del 11-S, Miller había planteado que Batman estrellara el batimóvil contra un rascacielos, y que un robot gigante destruyera el centro de Metrópolis. Tras el incidente de las Torres Gemelas, acotaría: “Quería que los héroes de trajes brillantes y sus lectores saboreasen ese horrible polvo que llenó los pulmones de los neoyorquinos durante meses. Pero nunca olvidé cuál era mi trabajo: los héroes siempre hacen lo que deben: perseveran o mueren en el intento”.

En el fondo, los superhéroes siguen siendo el icono del personaje justiciero. Numerosas (y taquilleras) películas contemporáneas se han inspirado en las novelas gráficas de Alan Moore: La Liga de los Hombres ExtraordinariosFrom Hell,V de VendettaWatchmen… El escritor exigió que su nombre se desvinculara de esos filmes y renunció a todo beneficio económico derivado de ellos, por considerar humillante la distorsión que hacían de su trabajo original. 


Joker, un personaje cuya fisonomía proviene de otra película, El hombre que ríe (1928), inspirada a su vez en la obra de Víctor Hugo del mismo nombre, recupera una idea que resulta patente en V de Vendetta: el protagonista se mimetiza con la multitud debido a que todos portan la misma máscara, una señal externa, visible, de un sentimiento compartido, de un deseo común de rebelarse contra quienes oprimen a otros política o socialmente. 

A menudo subestimamos de manera petulante cierto tipo de trabajos por venir expresados en formatos que no son los convencionales. Deberíamos ampliar nuestros horizontes y abrir nuestra mente hacia géneros que, siendo desconocidos para nosotros, revisten enorme complejidad y pueden tener gran poder de penetración y difusión de contenidos. 


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