ESPECIAL WEBOPINIÓN

CAPÍTULO III. Forjando una Democracia II

Por: Rodolfo Godoy Peña

En 1.948, a través de la primera elección secreta y directa del siglo XX, llega al poder el insigne escrito Rómulo Gallegos, aunque ya en el siglo anterior se había registrado un precedente, en 1860, con la fórmula de la elección directa y popular del presidente Manuel Felipe de Tovar.

Los militares habían sido el factor decisivo nuevamente en la vida política del país con el triunfo de la Revolución de Octubre y a pesar del denodado esfuerzo del presidente Betancourt para consolidar la vida democrática del país, esa proeza llevaba “plomo en el ala” por la forma en como se había llegado al poder.

En ese “trienio adeco” como se le conoce popularmente; o Junta Cívico Militar como se le denominó oficialmente, se adelantaron políticas que tuvieron profundo impacto en la vida del país y en la posición geoestratégica de Venezuela como productor de petróleo.

Por un lado, había una importante actitud de rechazo hacia los movimientos de izquierda en la nación desde los gobiernos tanto del presidente Gómez como del presidente López Contreras, llegando al punto de calificar como delito de “traición a la patria”, con rango constitucional en el famoso inciso VI, la afiliación al Partido Comunista, o la propagación de las ideas comunistas que, por supuesto, ya habían permeado a las Fuerzas Armadas.

Por otra parte, desde el bloqueo de 1.902, se había rescatado y aplicado con firmeza la “Doctrina Monroe” por lo cual los Estados Unidos de Norteamérica habían radicalizado su posición por fuerza de la revolución bolchevique y los movimientos obreros en el mundo industrial, lo cual les hacia mirar a América Latina como su más inmediata área de influencia y por ende, la necesidad -para su seguridad- de fungir como controlador de los movimientos de izquierda, con la imposición de gobiernos de derecha. Al entrar Venezuela en la era petrolera, esa seguridad continental se transformará también en esfera económica para los grandes consorcios de hidrocarburos del capital norteamericano y sus aliados, exacerbados cuando se suceda la Segunda Guerra Mundial.  

La interferencia política a través de las Fuerzas Armadas por parte del gobierno norteamericano en Venezuela empezó desde la caída del presidente Castro, aupada por el general Gómez en el entendido que necesitaba a los norteamericanos para mantenerse en el poder.  Castro, en alguna ocasión con excesiva vehemencia, fue un ferviente defensor de la soberanía venezolana, no solo ante la invasión extranjera, sino en el rescate de muchos contratos lesivos para el país suscritos con empresas internacionales que medraban con los recursos y bienes del país.  El Cabito, por esa actitud valiente y patriota, hizo méritos para ser uno de los más furibundos perseguidos políticos que haya visto la América. Fue un paria, por obra del Departamento de Estado, en todo el continente americano.

Gómez en cambio, pensó que era mejor dejarse someter a las fuerzas internacionales, pues eso le aseguraba su estabilidad para mantenerse en el poder y que el camino correcto era la negociación y no la confrontación. Negociación esta que le dio pingues beneficios, a su familia y allegados, además de sostenerlo 27 largos años en el poder. Como dato histórico del apoyo norteamericano hay que recordar que entre el 20 y el 27 de diciembre de 1.908, a escasas dos semanas del cambio de gobierno donde asumió Gómez la presidencia, arribaron tres buques de guerra norteamericanos a la Guaira (el “Maine”, el “Dolphin” y el “North Caroline”) lo cual fue justificado tanto por Estados Unidos como por Venezuela como un gesto de cortesía.

En el ámbito económico el panorama era similar: el presidente Gómez, por las razones antes expuestas, promulga la primera ley de hidrocarburos del país en el año 1920, la cual modifica en el año 1921 por presiones de las empresas transnacionales, rebajando las regalías y los impuestos. Con el presidente López, se vuelve a reformar la ley discretamente y, el cambio más significativo lo hace el presidente Medina con el famoso “fifty – fifty”, que fue aplicado efectivamente por el gobierno del presidente Gallegos.

Es de resaltar que la democracia venezolana iba siendo más permeable a las corrientes de izquierda, tal es así que, días antes de ser derrocado el presidente Medina, se había reformado la Constitución para suprimir el inciso VI y, luego, durante el trienio adeco se normalizó el funcionamiento del Partido Comunista de Venezuela.  

Los militares de nueva cuenta, vista la “izquierdización” de la vida política, la paulatina nacionalización de nuestras riquezas, la formalización del inicio de la “guerra fría” al término de la II Guerra Mundial y la determinante actuación del gobierno norteamericano sobre las Fuerzas Armadas, no solo de Venezuela sino de la América toda (siempre escudados en su Doctrina de Seguridad Nacional DSN); intentaron ponerle condiciones al presidente Gallegos con relación a la participación de Acción Democrática en el gobierno, cosa que el Maestro no aceptó, por decoro y por respeto a la primacía del poder civil sobre el poder militar, aun a despecho del conflicto que tenía con el líder fundador de ese partido, Rómulo Betancourt, por cierto muy bien explicado por el Dr. Rafael Simón Jiménez en su obra “ El pleito entre los dos Rómulos ”.

La Doctrina de Seguridad Nacional empleada por los Estados Unidos llego a su culmen con la instalación en Panamá del Centro de Entrenamiento para Latinoamérica en el año 1.946, que es más conocido con un nombre posterior en uno de los tantos cambios cosméticos, como “Escuela de las Américas”, que no era más que un centro de adoctrinamiento para las Fuerzas Armadas de Latinoamérica con la intención de ideologizar al componente militar, para soportar solo gobiernos que se avinieran a los intereses políticos y económicos del gigante del norte y a suprimir mediante golpes de estado y torturas cualquier desviación “izquierdoza”, que se pudieran permitir los pueblos latinoamericanos. Es emblemática la cantidad de “gorilas” y violadores de DDHH que egresaron de esa escuela, a saber: Noriega de Panamá, Banzer de Bolivia, Viola de Argentina, Montesinos de Perú, Posada Carriles de Cuba, d¨Aubuisson de El Salvador.

En ese periodo nacional de reivindicaciones populares iniciadas por Medina, Betancourt y Gallegos, atendiendo al clima geopolítico mundial, las Fuerzas Armadas volvieron –nuevamente- a alterar la vida política del país, derrocando al presidente Rómulo Gallegos y sumergiendo a la República en diez años aciagos de dictadura y de represión de la vida política; porque hay que remarcar que el derrocamiento del presidente Gallegos, fue obra del mismo grupo de oficiales que habían derrocado al presidente Medina Angarita, encabezados por un militar bastante singular, Carlos  Delgado Chalbaud, quien presidió la Junta de Gobierno después de la caída de Gallegos.

Delgado no era militar de carrera, sino que era un ingeniero asimilado a las Fuerzas Armadas que había sido criado en Paris y que estuvo 26 años fuera del país hasta la muerte de Gómez. Tenía una relación muy cercana – casi filial- con don Rómulo Gallegos, pero, al igual que su padre, traicionó a su mentor político y ha sido el único jefe de Estado venezolano asesinado en el ejercicio de su cargo. Lo sustituyó Marco Pérez Jiménez, otro de los complotados, que gobernará al país con guante de hierro desde 1950 hasta 1958, mientras que en América Latina se daba paso a una era oscura dominada por el militarismo.

@rodolfogodoyp

Reporte Latinoamérica no se hace responsable de las opiniones emitidas por el autor de este artículo.