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Volver a pensar la Democracia I

Por: Fernando Vizcaya Carrillo

Las dificultades sufridas en las últimas décadas en nuestro país, —las cuales abarcan prácticamente todos los ámbitos de la sociedad civil—, han servido de motivador para unas reflexiones, que pretendo se conviertan en artículos, para lectores universitarios.

Es imperativo buscar causas y hacer unas reflexiones que pretendo no caigan en las frases hechas y lugares comunes de las usadas en los medios de comunicación pública y de redes, en las -casi- últimas dos décadas, lo que nos ha llevado a un escepticismo enfermizo.

Ya decía el Libertador en su discurso de angostura “Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio; no hemos podido adquirir, ni saber ni poder ni virtud”. ¿Qué significado tiene todo esto? No hemos logrado buscar ni adquirir conocimientos suficientes; la función más natural y propia del ser humano; no hemos adquirido el arte del buen gobierno que es la relación social mínima con el otro, (pues el hombre es animal de naturaleza social) y tampoco hemos llegado a adquirir buenos hábitos para la acción corporal (artesanías y artefactos) ni para la acción intelectual (discurso y pensamiento lógico, para la deliberación ciudadana).

Esto sigue siendo real y angustiante. A más de ciento cincuenta años de distancia del discurso de Angostura, nos preguntamos ¿por qué? ¿Será un sistema de instrucción deficiente, o un sistema educativo sin fines claramente definidos o diseñados deficientemente, o pensados con poco tino? ¿Hay algo en nuestra estructura social que puede estar en la parte nuclear que es la familia, o en la estructura de las tradiciones, o en nuestra constitución natural de raza o en las fuerzas de tradiciones o tendencias atávicas que no está funcionando bien?, ¿y que impiden la verdadera formación del buen cuidando, de la persona productiva para un desarrollo cónsono con los anhelos del hombre? Nos parece que son campos apasionantes para una investigación

En este sentido quizás debemos replantearnos poner a la familia en su estructura primaria como formadora de costumbres, de parámetros de sociabilidad; de trabajo; de sentido ético. Fuente de hábitos ciudadanos completos por el estímulo y motivación de unos padres y entorno que los producen. Replantearse esa estructura como viciada porque sus frutos no han sido los más adecuados con un adelanto posible en el bienestar personal y social.

En este momento se ataca a ese núcleo de la sociedad natural del ser humano. No ven, de una manera asombrosa e inexplicable, que es el camino de la destrucción de las bases más importantes de ese entramado social. Atacar a la familia heterosexual, es destruir profundamente, lo humano que puede educar en su sentido más pleno y profundo; los principios morales, los elementos de juicio que crean criterios de acción, la posibilidad de una mente con salud, el respeto por el otro y el sentido de identidad, que genera la necesidad de unidad en ese enclave social.

Debemos replantearnos la universidad o el sistema escolar como transmisores de parámetros que no son los deseados éticamente. Decía a este propósito Mario Briceño Iragorry “Precisa dar un nuevo sentido a la universidad para que pueda realizar su indesviable quehacer en el marco de una fecunda crítica constructiva. La cultura de superficie ha sido y sigue siendo nuestro fardo más pesado. La carencia de principios normativos es nuestra falla peor”. (La hora undécima, 1956).

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