OPINIÓN

MANIFIESTO a Valentina

Por: Rodolfo Godoy Peña

“Nadie ama a su patria porque ella sea grande, sino porque es suya”

Séneca

Corre el año 1989 y se celebran 30 años del arribo al poder de la revolución cubana tras el derrocamiento de Fulgencio Batista. En Venezuela se va a celebrar la coronación del Presidente Pérez, quien arriba por segunda vez a la primera magistratura.

Cuba había sido expulsada de la OEA en 1962 durante la Octava Reunión de Consulta  de Ministros de Relaciones Exteriores celebrada en Punta del Este, Uruguay, por lo cual tenía 27 años fuera del sistema interamericano y a esa fecha tenía 28 años sometida al embargo comercial que, hasta la fecha, es la imposición de medidas coercitivas unilaterales más prolongadas en el tiempo que se le ha hecho a nación alguna.

La Cuba de Batista, que había sido bautizada como el “Prostíbulo de América”, era tierra fértil para la mafia, el tráfico de drogas, la prostitución, y el establecimiento de casinos -allende las costas de Norteamérica- que le permitía a los norteamericanos legitimar capitales fuera de su jurisdicción; sin olvidar otras venalidades como el alquiler a perpetuidad de su territorio para instalar una base militar. Para todo eso prestó Batista a Cuba. El dramaturgo Arthur Miller se refería a la Cuba pre – revolucionaria como una nación “Irremediablemente corrupta, un lugar predilecto de la mafia, y un prostíbulo para los estadounidenses y otros extranjeros.”

Para el año en cuestión, América Latina sufría los embates de la denominada “Década Perdida” donde la inequidad hizo estragos entre los sectores más vulnerables de la población gracias a que se hizo prevalecer los capitales sobre la gente; década en la cual eclosionaron nuestros países pues mientras que los gobiernos se empeñaban en costear deudas externas impagables, al mismo tiempo se iban postergando las necesidades reales de los ciudadanos, con lo cual crecía alarmantemente la pobreza en Latinoamérica y se iba debilitando el marco democrático.

Según investigaciones del PNUD, Cuba por el contrario se planteó como “Uno de sus objetivos centrales, el mejoramiento del bienestar social y la equidad, en ocasiones incluso posponiendo metas en la esfera económica”, como afirma la Doctora Angela Ferriol; o, como argumentan los investigadores Beatrice Dhaynaut y Jorge Máttar que, si bien “El balance entre las metas sociales y económicas no siempre ha resultado equilibrado”, ha habido “Una fuerte capacidad de adaptación de las políticas a fin de limitar los efectos adversos” y concluyen que la estrategia cubana “Se basa en una evaluación constante… a fin de alcanzar simultáneamente resultados en… equidad, desarrollo y bienestar”. De modo, que para la fecha era política del estado cubano paliar los efectos devastadores en nuestras economías, sin desmejorar en lo posible los logros que se habían obtenido en materia social, a diferencia de la mayoría de los otros países latinoamericanos que, por perseguir al modelo neoliberal, habían hecho más amplia la brecha de la pobreza.

Esos avances en política social cubana, se reflejan en las cifras que nos arrojan el informe de la CEPAL para el año 1.989, las cuales revelan que: entre el periodo comprendido desde 1.981 a 1.988, Cuba tuvo una tasa de crecimiento acumulado de 40 puntos del PIB, mientas que Venezuela en el mismo periodo, por ejemplo, alcanzó 5.7 puntos. Para ese mismo momento Cuba había logrado aumentar sus reservas internacionales y tenía una tasa de crecimiento del empleo para el año 1988 de 4.4 % anual; de igual modo, había logrado crecimiento en todos los sectores productivos. La tasa de pobreza era del 4.3 %, arrojando un coeficiente de Gini de 0.25, mientras que Venezuela casi la duplicaba con un coeficiente de 0.43. Según el investigador Camilo Mesa – Lago, para la época “El sistema nacional de salud de Cuba alcanzó los niveles más altos en América Latina…./…La tasa de mortalidad infantil en Cuba continuó disminuyendo y en 2002 era de 6,5 por mil nacidos vivos (la más baja en el continente después de Canadá y similar a la de los Estados Unidos)”.

Es ese Fidel carismático, magnético líder, prolífico orador de encendidos discursos humanistas y que había logrado disminuir la pobreza en su país aplicando un modelo distinto al resto de la mayoría de los países de América Latina -que hacía aguas bajo el peso de un modelo económico que multiplicaba exponencialmente la desigualdad- el Fidel Castro del MANIFIESTO DE BIENVENIDA que suscribieron 991 destacados venezolanos y a los que ahora se les acusa y se les descalifica de todas las maneras. Muchos de los ayer firmantes compartían, o comparten, la visión ideológica de izquierda (de algunos lo sabemos, de otros lo intuimos) pero en esta actualidad de “tontos” portadores de la verdad digital, se ha pretendido convertir eso en un delito o cuando menos en una inmoralidad; y son los mismos “tontos” que pretenden analizar el tiempo pretérito en clave de presente, que no es más que otra señal inequívoca de su restricción mental.

Entre esos firmantes, gran parte de ellos venezolanos de excepción, se encuentran Pedro León Zapata, Francisco Herrera Luque, Domingo Maza Zavala o Valentina Quintero, y ese MANIFIESTO ha sido usado por otros tantos como argumento para intentar desacreditarlos, pero hay que advertir que ninguno de esos “tontos” disfruta en su currículo de una minúscula fracción de lo que hizo Zapata por el arte, Herrera por la sociología o la novela histórica, Maza por la economía o lo que hace Quintero por la venezolanidad.

Valentina es Venezuela. La patria no es un símbolo, ni un pasaporte como dolorosamente hemos aprendido los que hemos criado a nuestros hijos fuera del país. La patria es ese vínculo telúrico, olfativo, visual, auditivo que nos une con la tierra, donde el entorno moldea nuestro carácter y acomoda nuestras querencias.

Es el Ávila con sus tonos de verdes que “caminamos” con Valentina, son los pozos en la Gran Sabana donde nos “bañamos” con Valentina, es la empanada de cazón que nos “comimos” junto a Valentina en Margarita, es el abrazo que le dimos a través de los brazos de Valentina al Juan Bimba que nos enseñó a “ordeñar” en el Guárico, es el llanto que “derramamos” con Valentina cuando resiente la desidia del venezolano por Venezuela, y es ese mismo llanto que se nos contagia por la tristeza de nuestra “negación” de patria. Valentina está “sembrada” en Venezuela y sus flores nos perfuman la patria. Valentina es una tonada de Simón hecha luz en las pupilas.

Tuve la maravillosa oportunidad de decirle de viva voz a Valentina Quintero -en un encuentro fortuito- lo que me hace sentir, y ahora lo pongo en blanco y negro: “Valentina me haces sentir orgulloso de ser venezolano” y para eso, no basta un MANIFIESTO.

@rodolfogodoyp

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