ESTADOS UNIDOS PERDIÓ
Por: Rodolfo Godoy Peña
“Hay quien cree contradecirnos cuando no hace más que repetir su opinión, sin atender la nuestra”
Oscar Wilde
Los debates entre candidatos presidenciales suelen ser tan interesantes como la calidad de los debatientes y, para todos aquellos que vivimos en un país determinado, suelen ser un baremo de las opciones y acciones que se seguirían, según la candidatura que gane, en relación a temas colectivos que nos pudiesen afectar a todos como lo son la salud, la migración, el empleo, la educación, en fin, todos aquellos temas neurálgicos que afectan directamente la vida de los gregarios en la polis. En el caso de los Estados Unidos de América, por su condición casi hegemónica en el mundo moderno, también podría haber temas de geopolítica que afecten a todo el planeta tales como el armamento nuclear o el cambio climático. En esos debates también se pueden observar rasgos de personalidad y tipo de liderazgo, así como intuir cómo será la calidad de la relación que desarrollará el elegido con sus pares.
Si bien es cierto que en un debate de ese nivel entre las personas que eventualmente dirigirán a la nación en el siguiente periodo es de la mayor importancia, también es verdad que el debate no desencadena ninguna acción aluvional electoral favorable hacia quien es percibido como ganador del debate, sino que más bien produce el efecto de consolidar el mensaje del candidato en su base dura y modifica, en un pequeño porcentaje, el voto de los indecisos.
En un estudio realizado por los investigadores Mitchell McKinney y Benjamín Warner en 2013, que abarcó las cuatro elecciones anteriores en Estados Unidos, aproximadamente el 3.4 % cambió de opción política y solamente el 7 % de indecisos se definió por alguna opción electoral, pero llama poderosamente la atención las conclusiones del estudio cuando afirman: ”Descubrimos que, en general, los debates aumentan la polarización entre los espectadores…/…sin embargo, este aumento en la polarización fue más evidente en aquellos que están menos polarizados antes de ver un debate”; de modo tal que se puede afirmar que la definición electoral es acusada en los votantes indecisos, apáticos o renuentes, antes que modificar la opción de un electorado previamente polarizado.
Pareciera que la explicación del tipo de debate llevado a cabo hace un par de días entre el presidente Donald Trump y el ex-vicepresidente Joe Biden, siguió la pauta del estudio y fue una discusión de gallera porque se tornó en un combate aturdidor, confuso y zahiriente. Se podría decir, haciendo una adaptación criolla de una expresión usada por una periodista norteamericana al efecto, como “un atajo de mostrencos dándose de patadas”.
A cada asunto del debate sobre políticas públicas hubo una respuesta desde el calificativo, desde el adjetivo, contra el debatiente y no contra la idea. La razón que intentaba imponerse sucumbió ante los ladridos, de modo tan total que no se salvó ni el moderador. Le correspondió esa dura labor al periodista de Fox News, Chris Wallace – hijo de la leyenda de 60 Minutos, Mike Wallace – quien haciendo el trabajo para el que fue designado, ha sido acusado de parcialidad por intentar morigerar lo agrio de la discusión e intentar encausarla hacia el debate de las propuestas políticas de los aspirantes. En este desbarajuste no se salvó nadie. Los candidatos discutieron sobre la Corte Suprema, la pandemia del coronavirus, el cambio climático, entre otros temas elegidos y, en la medida que iba creciendo el tono del discurso, iban desapareciendo los argumentos.
Es muy significativo resaltar que hubo en televisión abierta 50 millones de espectadores menos que en el primer debate entre los entonces candidatos Clinton y Trump; y 16 millones menos desde el último debate de las elecciones anteriores, lo que se debería atribuir a una población cansada de la diatriba política. Fue tan estrepitoso el caos que hizo declarar a Frank Luntz, especialista en comunicación y uno de los más importantes encuestadores republicanos: “Este debate ha convencido a algunos votantes indecisos a no votar. Nunca vi un debate que cause esta reacción”.
Estados Unidos está sacudido por muchas conmociones internas ya que hay ciudades del país como Portland, Seattle o San Louis que han presenciado manifestaciones ininterrumpidas y enfrentamientos desde el inicio de las protestas por la muerte de Floyd, a la que se han sumado otras muertes de afrodescendientes que no contribuyen al sosiego. Hay movimientos de reivindicación racial como Black Lives Matter en franca contraposición con los movimientos supremacistas blancos defendiendo su derecho a la pureza racial, lo cual podría ser de pronóstico reservado si llegara a haber un enfrentamiento entre opuestos raciales que tienen el derecho constitucional de portar armas de fuego.
Enfrenta este país también que el cambio climático hace estragos en el estado de California, porque si bien es cierto que para esta fecha la temperatura debería descender por la cercanía del otoño, hay lugares que registran 20 grados por encima del promedio; pero lo lamentable es que la discusión -más allá de la pérdida de vidas y viviendas, o del daño ecológico- lo que se ha hecho es desacreditar el conocimiento científico sobre la existencia misma del fenómeno, provocando un descreimiento en las autoridades del país, lo cual es una lesión profunda a la democracia.
Adicionalmente, y no menos preocupante, se solivianta a los más reaccionario de la sociedad norteamericana con la posibilidad de limitar desde el máximo tribunal derechos adquiridos para minorías, para marginados y otros temas muy sensibles, pero no con base en razonamientos jurídicos-científicos sino usando como peana argumentos de orden religioso; y aunque parece irreal y fantástico algunos creen que la sociedad norteamericana podría estar al borde de presenciar un conflicto “religioso” en pleno siglo XXI; sin dejar de mencionar que toda esta situación se encuadra en una época en la que este país ha sufrido por causa de la pandemia la muerte de más de 212.000 de sus habitantes, desarrollando la tasa de muertes más alta de América y la cuarta del mundo según la universidad John Hopkins.
Esta partición política y la crispación social no contribuyen en la búsqueda de las soluciones para superar las dificultades y de los retos que tiene la sociedad norteamericana y eso pone en riesgo su primacía pues difícilmente puede tener preponderancia exterior una sociedad que está en tan alto riesgo de fracturarse. Lamentablemente, este debate no se midió en unidades de triunfo, este debate lo perdió Estados Unidos.
@rodolfogodoyp
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