OPINIÓN

El norte es una quimera

Por: Daniel Godoy Peña

“Es más fácil para el mundo aceptar una simple mentira que una verdad compleja.”

Alexis de Tocqueville

El pasado martes, como nunca antes, el mundo había estado tan pendiente de un proceso electoral en los Estados Unidos. Las razones son múltiples, pero resaltan varias de ellas: ser la primera potencia mundial, la nación con las Fuerzas Armadas más poderosas del mundo, la referencia institucional más sólida de Occidente y del planeta, pero también, porque habían circunstancias especiales y atípicas que cubrían a este proceso: por un lado el hecho de ser el país más afectado por el COVID-19 y por el otro, porque el presidente Donald Trump, se empeñó en convertir esta elección en una cruzada histórica de la lucha del bien (representado solo por él) contra el mal; del capitalismo contra el socialismo; así como de desprecio o de tratar de minimizar y subestimar el impacto del virus en la población estadounidense. Toda una estrategia planteada desde el extremismo.

Pero lo llamativo de toda la campaña y del proceso comicial no solo estuvo en su desarrollo para el pueblo americano, sino por la forma como la vivieron aquí en Venezuela algunos líderes políticos, personalidades, un pequeño sector de la población y, sobre todo, las redes sociales, ya que parecía que nosotros desde aquí pudiésemos influir de manera directa en los resultados de la elección. Para algún sector de la oposición apoyar al presidente Donald Trump, se convirtió casi en un deber patriótico, en una cuestión de supervivencia, como si el futuro próximo de nuestro país solamente dependiera del triunfo de Trump. Algunos dirigentes políticos de oposición, como si se tratase de un candidato de su partido, le manifestaron abiertamente su apoyo y devoción, y se pronunciaron en contra de la candidatura de Joe Biden, con los más peregrinos epítetos y las más necias afirmaciones.

Todo este pandemónium desatado por esta campaña electoral gringa tiene una explicación lógica -pero no real- que se traduce en la ilusión y aspiración de grandes sectores en nuestro país de querer salir del gobierno de Nicolás Maduro, lo cual para algunos solo es posible con Trump al frente del gobierno por 4 años más. Observamos con no poca preocupación a quienes desde afuera de nuestras fronteras, e incluso dentro de ellas, pidieron a todo gañote, por escrito y hasta con canciones al “Catire” que hiciera uso de la fuerza para librarnos de esta desgracia que vivimos los venezolanos, pero nada más lejos de la realidad: la aspiración es una cosa y la realpolitik es otra.

La verdad es que la administración Trump, más allá de su apoyo a la Asamblea Nacional y a su presidente Juan Guaidó y de haber arreciado las sanciones contra representantes del gobierno venezolano y contra todas las empresas del Estado, no hizo nada que se tradujese en una mejoría de las condiciones de vida de los venezolanos. Lejísimos estuvo de desalojar al presidente Nicolás Maduro del poder, ya que, aunque participó directamente en el intento del golpe de estado del 30 de abril de 2019, todos sabemos en qué terminó ese burlesco sainete. Todo tiene una explicación lógica: a Trump y a su administración no les importó, les importa ni les importará nunca lo que ocurra en Venezuela, todo fue parte de una estrategia electoral y no de una táctica seria en materia de política exterior.

De producirse un cambio en el inquilino de la Casa Blanca, no habrá en lo inmediato un cambio significativo de su política exterior hacia nuestro país, porque Biden tendrá que lidiar con problemas más “serios” y de mayor importancia para el pueblo norteamericano, como luchar contra la pandemia, reactivar la economía, disminuir los niveles de polarización política y, como si fuera poco, tratar de cumplir con sus promesas electorales: mejoras en el Obamacare, su agenda de energía limpia y reconstruir su política exterior, para que no beneficie exclusivamente los Estados Unidos y a sus socios incondicionales, sino que disminuya los niveles de tensión con China, Rusia y armonice con la Unión Europea.

Ahora le corresponde a quienes ejercen el liderazgo político en Venezuela, tanto en el gobierno como en la oposición, saber cómo van a tratar con el eventual nuevo gobierno en Washington, porque si bien para Maduro puede ser un alivio, no dejará de ser un arduo trabajo buscar el reconocimiento para su gobierno que no tuvo con la administración de Trump, y para su desgracia, en Estados Unidos no se hace lo que pasa en estas latitudes cuando hay un cambio de gobierno, que cambian hasta el color de la cortinas de un solo plumazo; en un país con instituciones fuertes y apego al estado de derecho los cambios de algunas medidas no son tan rápidos, así que, quien crea que Maduro va a salir en un vuelo humanitario a reunirse con Biden permítame decirle que está equivocado.

Pero, al hablar de aprietos para establecer relaciones con el posible nuevo gobierno demócrata, creo que el premio se lo podría llevar la oposición, porque es una máxima de experiencia que cuando hay un proceso electoral en un país vecino o de la región, que pueda afectar directamente nuestro desarrollo como nación, nunca es recomendable poner todos los huevos en una sola canasta, que es lo que torpemente hemos hecho estos últimos meses. Se podrá argumentar que haberse hipotecado con Trump tenía razones de peso, ya que gracias a su gobierno se logró el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente interino, se realizó el lobby internacional para que un poco más de 50 países hicieran lo propio, se garantizó su participación en el fallido golpe de estado del 30 de abril del 2019, etc., pero esa decisión de haberse enajenado a favor del mandatario estadounidense, y que tuvo como evento culminante la participación del ex jefe de despacho del presidente de la Asamblea Nacional en el cierre de campaña de Trump en Florida, generan (como es lógico) una profunda desconfianza y un ostensible recelo en los demócratas acerca de las capacidades y de las estrategias de la oposición venezolana. Es decir, que nada indica que será fácil labrar una relación fluida y de confianza si el nuevo ocupante de la Casa Blanca es Biden.

Por ahora nos tocará esperar que se termine de definir la situación electoral en los Estados Unidos y luego ver que pasará con esta Tierra de Gracia. Ojalá que este probable cambio de gobierno norteamericano no nos haga engañarnos otra vez, haciéndonos creer que si se quedaba Trump se iba a sacar a Maduro del poder, pero tampoco creer que Biden es la peor de las desgracias que le puede pasar a Venezuela y al mundo. Evitemos caer en lo que bien describía ese merengue compuesto por Luis Fragachán a principios del siglo XX: Me fui para Nueva York en busca de unos centavos y he regresado a Caracas como fuete de arrear pavos”.

@danielgodoyp

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