OPINIÓN

El Re-nacimiento

Por: Juan Eduardo Fernández “Juanette” (@soyjuanette)

Ilustración: Alexander Almarza (@almarzaale)

Podría decirse que tengo dos cumpleaños, uno lo celebro el 28 de junio de 1979 y el otro el 7 de noviembre de 2016. La primera fecha corresponde a mi nacimiento, ocurrido en esa provincia española que está en el centro de Caracas y que se llama “La Candelaria”, la otra fecha tiene que ver con mi llegada a Buenos Aires la ciudad donde renací.

Y es que nosotros los argentinos le anteponemos “Re” a cualquier verbo o adjetivo para magnificarlo, eso es porque somos un pueblo grandioso. Y digo somos porque desde chico siempre me conecté de alguna manera con este país, y desde entonces aprendí a quererlo como mío.

Antes de continuar y que comiencen a acusarme de traidor, apátrida y cualquier otro insulto que tengan a bien dejarme en mi Twitter @soyjuanette (también es mi Instagram), quiero aclarar que no dejé de querer a Venezuela ni lo haré nunca, porque es la tierra que me vio nacer y el lugar en donde guardo mis recuerdos. Pero bueno amo a la Argentina también, soy así, un pibe de corazón grande.

Retomando… (vieron que le metemos “re” a todo) les contaba que siento un gran amor por Argentina, porque mi primer mundial fue el de México 86, donde fuimos campeones del mundo, y como niño obviamente le vas al ganador. Desde entonces hincho por la selección.

 Pero además mi padre también tiene un poco de culpa de mi amor desmedido por esta tierra. Recuerdo (Acá no voy a tirar lo de “re”, ya es un montón) que a mi papá le gustaban mucho las películas de Carlos Gardel, y de vez en cuando pescábamos en el canal 8, cuando era de todos los venezolanos, “Mi Buenos Aires querido”.

Otra anécdota que sin duda ayudó a la formación de mi gen argentino ocurrió cuando era niño, papá tenía una casita en “San Antonio de Cua”, un caserío en los Valles del Tuy ubicado a 45 minutos de Caracas, donde cosechaba mango, yuca, ciruelas, entre otras cosas.  Resulta que antes de llegar, había un Bar frente a la plaza del pueblo donde parábamos para que papá y algún tío se refrescaran (metí otro “re”, ya van dos en este párrafo) con una cerveza, mientras yo tomaba una malta “Maltín Polar”; En ese lugar había una rocola que solo tenía discos de Gardel, pero además el dueño tenía un busto de Carlitos (Gardel, no el de los panqueques) en la barra.

Ir a ese lugar se convirtió en parte de nuestro itinerario cada fin de semana, y obviamente papá que era un tipo reconversador, se hizo amigo de este señor que no hablaba como nosotros, es decir, en lugar de pollo decía “pocho”, y a mí no me decía carajito sino “pibe”. Ariel se llamaba y nos contaba como era su ciudad, como era Buenos Aires. La describía grande, con edificios que parecían castillos y donde había librerías y teatros por doquier. A través de él conocí a Borges, Cortázar, y Sábato. A Quino lo conocí más o menos por esos años, pero en la casa de mi Tía Delia, mientras revisaba la biblioteca de mi primo… (Si quiere saber más le invito a leer mi columna “Lo que Quino nos dejó”)  

Ya un poco más crecido, me topé en los pasillos de ingeniería de la UCV, donde a veces iba a comprar algún libro, con esa maravilla que fue, es, y será Les Luthiers. Pero además en esos mismos pasillos descubrí la música de Charly, Soda y Spinetta; y tiempo después con Fito. Así aprendí a querer nuestro rock, el rock argentino del que soy refan.  

Luego, cómo a los 20 años, en el Festival de Cine de la Habana, conocí el cine argentino, es decir, nuestro cine argentino; y quedé re fascinado:  Hombre mirando al sudeste, El mismo amor la misma lluvia, Nueces para el amor, fueron mis primeras tres pelis argentinas. Pero además pude presenciar una conferencia y hasta tomar un mojito con Eliseo Subiela, y también estaba otro director más joven, que años después se ganaría un Óscar: Juan José Campanella.

Luego tuve la oportunidad de viajar a Buenos Aires, recuerdo (ahí fue otro) que aquel primer viaje fue un flash, todo lo que me había contado Ariel era cierto, sin duda me enamoré a primera vista. Luego de ese viaje me quedó claro que, no sabía cómo ni cuándo, pero yo terminaría viviendo aquí.

Ahora estoy escribiendo esto con una gran emoción, porque ya pasaron 4 años del día en que renací, porque la migración es eso, un nacimiento o más bien un renacimiento. Lo bueno de volver a empezar es que tienes la oportunidad de tomar las cosas que te funcionaron en el pasado, descartar lo que no te sumó nunca, y a partir de ahí atreverte a ser la persona que realmente quieres ser.

En Caracas dejé mis recuerdos más preciados y un nombre como periodista. Pero ese Juan que vino hace 4 años se regresó a Caracas en ese mismo avión; ahora en Buenos Aires vive otro Juan, más feliz, más valiente y hasta más gracioso.

Bueno espero les haya gustado y emocionado mi columna, porque la escribí con mucho cariño para eso, y también para que me regalaran algo por mi renacimiento jajaja.

Hasta la próxima semana.

@SoyJuanette

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