OPINIÓN

¿REBELIÓN EN LOS PARTIDOS?

Por: Daniel Godoy Peña

Hoy en Venezuela los partidos políticos atraviesan una de sus peores crisis, ni el Caracazo, ni las 2 intentonas golpistas del año 1992, con la evidente y progresiva desaparición del bipartidismo que terminó de extinguirse con el triunfo de Hugo Chávez en 1998 y con el proceso constituyente de 1999, fueron tan voraces y corrosivos para los partidos como lo han sido el gobierno de Nicolás Maduro y las actuaciones de algunos partidos de oposición, de tal modo que su prestigio y su capacidad de aglutinar a nuevos activistas y militantes es casi nula.

La crisis del bipartidismo y la adhesión del resto de partidos históricos (MAS, PCV, La Causa R, etc.) a la candidatura de Hugo Chávez en 1997 dieron lugar a un campo para sembrar y cosechar nuevas ideas y nuevas formas de hacer política; un modo de hacer que se diferenciara de lo que habíamos vivido hasta ese entonces los venezolanos. Muchos de los antiguos militantes y dirigentes de AD y Copei pasaron a formar parte de las filas del chavismo, y quienes se quedaron en aquellos partidos lo hacían de forma valiente pero discreta frente a lo que parecía ser el fuego devastador que encarnaban Hugo Chávez y su movimiento de masas.

Entretanto, el proceso de descentralización había hecho surgir un conjunto de liderazgos y partidos regionales que, en algunos casos, se hicieron un espacio en la escena política nacional y se convirtieron en un referente; así como también un grupo de jóvenes profesionales que decidieron incursionar en la política con la promesa de hacerlo de una forma distinta a la que estábamos acostumbrados. Este grupo de jóvenes procedentes de distintas partes del país, o provenientes de otras agrupaciones políticas, vieron en las mega elecciones de 2000 una oportunidad de oro para acceder a distintas instancias de poder municipal, estadal y nacional.

Aunque con sus singularidades todos estos actores empezaron una campaña cuyas características principales tenían como elemento diferenciador hacer todo lo contrario a lo que había propiciado el bipartidismo. Ofrecían, empinados en su juventud y en sus deseos de cambio, dar al traste con esas estructuras rígidas dirigidas por políticos de larga trayectoria que parecían no entender los cambios que reclamaba la sociedad venezolana.  Prometían, también, aportar al desarrollo del país su preparación académica obtenida en la mayoría de los casos en las mejores universidades de nuestro país y del extranjero; y se ufanaban que nadie podía achacarles estar involucrados en tramas de corrupción pues la gran mayoría de estos noveles dirigentes nunca habían ejercido cargos públicos.

A la vista histórica de los hechos se puede afirmar que esas ideas innovadoras y sus dirigentes se convirtieron en una referencia para muchos venezolanos, porque alzaban su voz sin tapujos para decir que se oponían frontalmente a la revolución chavista, pero que tampoco querían volver a la Cuarta. Todo este proceso trajo como consecuencia que estos nuevos liderazgos pudieron acceder a gobernaciones, a diputaciones en la Asamblea Nacional y a las alcaldías; todo parecía indicar que bajo la sombra de esos nuevos árboles que se habían sembrado en el 2000 crecerían innumerables frutos que permitirían hacer frente a la cada vez más poderosa y peligrosa avanzada de la Revolución Bolivariana. Y así fue como fueron creciendo estos partidos y estos liderazgos bajo la mirada recelosa de los partidos tradicionales y de la vigilancia atenta del gobierno de Hugo Chávez.

Después del golpe de estado de 2002 y del referéndum revocatorio de 2004 a estos partidos les tocó lidiar con el mayor dilema que hasta la fecha se les había presentado y que consistió en decidir, si participar o no, en las elecciones parlamentarias de 2005. Lamentablemente, influidos y abrumados por el peso de los partidos “mayores”, de algunos medios de comunicación y de la opinión pública decidieron abandonar la vía electoral pensando que de esa forma Chávez y su revolución se desmoronarían, pero nada más lejos de la verdad, porque fue a partir de ese momento que el gobierno de Chávez se robusteció cada vez más y más, tanto que las consecuencias de esa pésima decisión las seguimos pagando tres lustros después.

En el año 2008 se decidió participar en las elecciones regionales y municipales y los logros fueron palpables puesto que se recuperaron las gobernaciones de estados como Zulia, Miranda, Carabobo y la Alcaldía Metropolitana de Caracas. Parecía, a los ojos de cualquier observador desprevenido, que estaba aprendida la lección de que solo la vía electoral y la unidad en la estrategia electoral le podían garantizar éxitos a la oposición venezolana. Luego, en el año 2015, con la contundente victoria de la Asamblea Nacional cualquier lector acucioso habría afirmado que en la oposición habíamos encontrado la fórmula para que, única y exclusivamente dentro de la Constitución, pudiésemos establecer una alternativa al ya maltrecho gobierno de Maduro; pero (¡oh sino trágico!) el empeño  pueril y desesperado de los partidos del G4 por  “tumbar” a Maduro por “cualquier vía” dieron al traste con todo el trabajo realizado por años y entonces toda la acción política, los diálogos, los sacrificios y los acuerdos entre los factores de oposición desde 2008 fueron dinamitados por completo desde sus cimientos, cuando las cúpulas de los partidos del G4 decidieron no acudir a las elecciones presidenciales de 2018 ni a ninguna otra elección hasta la fecha. No tengo que decirles cuales son los resultados.

La foto hoy es muy triste, desvaída y de color sepia: los partidos nacidos en torno a los albores del siglo XX tienen a la mayor parte de su dirigencia en el exilio creyendo que pueden dirigir a sus agrupaciones con un control remoto y sin poder usar sus tarjetas porque el gobierno de Maduro o las confiscó, o se las otorgó a otros dirigentes que no son sus líderes naturales. A lo anterior hay que sumarle que se encuentran frente a un dilema peor que el de 2005 pero con un riesgo aun mayor y es que corren el inmenso peligro de sufrir la desbandada de la mayoría de sus dirigentes y militantes de base si las cúpulas insisten, agenésica y torpemente, en no acudir a las elecciones regionales de 2021.

En 2018 la situación no era la misma que ahora porque en aquel entonces la esperanza de una intervención de los Estados Unidos y la creencia fantasiosa de la inminente salida de Maduro del poder hicieron que en la mayoría de los casos los militantes y los dirigentes acataran la línea abstencionista de sus partidos, pero hoy no creo que pase lo mismo: tanto el pueblo como los dirigentes que siguen aquí en el país -aunque por ahora solamente lo reconozcan sotto voce- saben que no participar en las próximas elecciones regionales provocará una rebelión en los partidos que los dejará más debilitados todavía y con menos gente de la que ya tienen, porque es que no hace falta ser muy avispado para saber que persistir en el error no es en ningún caso perseverancia sino auténtica necedad.

@danielgodoyp

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