OPINIÓN

Mudanzas de la luna

Por: Linda D´ambrosio

Español y venezolano, migrante de ida y vuelta, Sebastián de la Nuez es uno de esos hombres del que ambos gentilicios queremos apropiarnos. Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, se trasladó durante su adolescencia a Venezuela, en donde permaneció hasta 2016, cuando se vio obligado a regresar a España. Ha vivido, pues, la experiencia del desarraigo en ambas direcciones, y probado en primera persona cómo la vida cotidiana, la rutina cómoda y familiar, comienza “a desaparecer barrida entre el murmullo de luces temblorosas que van empequeñeciéndose a medida que el barco se aleja del muelle y pone proa a la inmensidad”.

Para los centenares de periodistas venezolanos que viven en España, Sebastián es el profe, ese referente exitoso y de respetable autoridad, de la que viene investido gracias a su cátedra Entrevista Periodística, de la Universidad Católica Andrés Bello, y a su quehacer en diversos medios, que le ha granjeado el respeto y la admiración de estudiantes y lectores. Pero, más allá del ámbito de la comunicación, se ha visto reconocido en distintas oportunidades por su trabajo en el mundo literario. Ha recibido en 2007el Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana por Calles de Lluvia, cuartos de pensión, en 2018 el Premio de Narrativa Breve Dolores Campos-Herrero del Cabildo de Gran Canaria y, en el mismo año, el Premio de Relato Corto Isaac de Vega de la Fundación CajaCanarias por sus Mudanzas de la Luna.

En una doble edición, la producida por la Fundación CajaCanarias para lectores seleccionados, y la comercial, publicada por Editorial Pre-Textos, Mudanzas de la Luna aborda temas como la infancia y sus querencias, las redes sociales, el turismo, el exilio y el retorno, y la calidad del periodismo, a través de ocho relatos en los que las experiencia personal y la imaginación se dan la mano: “Estos cuentos obedecen tanto a la realidad como a la imaginación”, ha dicho.

El conocido experto Antonio López Ortega destaca, al referirse a Los donceles del Café Gijón, que considera uno de los mejores relatos del conjunto, el manejo del humor que hace de la Nuez (“va de la sutileza a la crítica”, diría) y considera que los rasgos de ese texto “exponen las destrezas de un autor maduro y dueño de un formidable instrumental narrativo”.

Por mi parte, percibo en esta obra, que originalmente llevaba el nombre de uno de los cuentos, Lugares comunes, el trasunto fiel de la personalidad de Sebastián. Son resultado de la observación efectuada con un ojo permeado por la sensibilidad. Como un taxidermista, aísla una experiencia y la analiza, la secciona en todas sus facetas, describiéndola magistralmente con su pluma. Pero en la propia descripción se hacen patentes los tintes emocionales que la distinguen: al menos la recuerdo de ese modo, una salvedad que hace manifiesta, desde las primeras páginas del libro, que la experiencia suma a la realidad la interpretación selectiva que hace la mente de las aristas de cada fenómeno, a veces distorsionado en el tiempo, además, por los caprichos de la memoria.


Al igual que su coterráneo Benito Pérez Galdós, Sebastián hace gala de una fínísima habilidad para retratar personajes y situaciones, trasladando al lector las atmósferas anímicas que impregnan cada situación, reflejando las costumbres de nuestra época.

Considero un privilegio haberme paseado por la páginas de este libro, escrito por un hombre sensible y reflexivo, que hace una pausa para organizar sus pensamientos antes de hablar, para no responder a la ligera, y que pese a su moderación deja entrever destellos de humor y de ternura.

linda.dambrosiom@gmail.com

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