OPINIÓN

CAMINOS DE LIBERTAD

Por: Rodolfo Godoy Peña

Recién se conmemoró el bicentenario de la Batalla de Carabobo. Fue la penúltima batalla de la guerra de independencia en territorio venezolano, ya que todavía faltaría por librar la última gran ofensiva, la Batalla del Lago de Maracaibo. Los españoles al mando del general Miguel de La Torre, todavía eran fuertes en la zona norte del occidente del país, pero con esa batalla naval se recuperó todo el occidente de Venezuela, incluida Puerto Cabello, locación de tan ingratos recuerdos para el Libertador.  El 25 de noviembre de 1823 Páez le deja saber a Bolívar: “Trasportado de gozo tomo la pluma para anunciar a Ú, el término la guerra en Colombia con la ocupación de Puerto Cabello, cuya plaza había sido hasta ahora el manantial de las desgracias”

La Batalla de Carabobo significó –y así se celebra cada 24 de junio- el aniquilamiento de las fuerzas terrestres del imperio español por parte de los patriotas comandados por el General Bolívar, y la finalización militar de la gesta libertaria en Venezuela que empezó en 1810. Por su parte para el Libertador, en lo personal, era un capítulo que había que consolidar para continuar la ruta de la liberación de toda la América del Sur, porque para él, el territorio de esta Capitanía era solamente una parte del todo, de la América grande. Es desde la ciudad de Valencia, el 25 de junio de 1821, cuando le comunica al Congreso de la Gran Colombia reunido en la Villa del Rosario de Cúcuta: “Ayer se ha confirmado con una espléndida victoria el nacimiento político de la República de Colombia”.  Y una semana más tarde, en Caracas, le dice a sus coterráneos con estremecedor laconismo: “¡Ya, pues, sois libres!”.

Con ocasión de este significativo aniversario se llevó a cabo el pre-estreno de la serie documental titulada “CARABOBO, CAMINOS DE LIBERTAD”, dirigida por Luis Alberto Lamata y producida por la Villa del Cine, con la loable idea de resaltar episodios de nuestra historia patria para las nuevas generaciones. La factura de la realización es buena, aunque adolece de cierta falta de naturalidad en las actuaciones. En las últimas producciones sobre nuestra historia, y específicamente sobre el Libertador, como “Bolívar. El hombre de las dificultades” protagonizada por Roque Valero; o “Bolívar, una lucha admirable” de Netflix, se nos presenta a un personaje histórico acartonado, un Bolívar que cada vez que habla pareciera estar pontificando. ¡Cómo no extrañar a Héctor Mayerston, no solamente por la interpretación en sí misma, sino por el parecido físico en términos generales con el padre de la Patria!

Pero, contrariamente al error histórico generalizado, está suficientemente documentado que el Bolívar histórico era un hombre con un alto sentido del humor y que actuaba con el desparpajo propio de la persona que está consciente de su lugar en el mundo: ese hombre que es capaz de bailar sobre las mesas, o aquel que en una sociedad atávica y decimonónica baila con otro hombre en público para ahorrarle al compañero la afrenta infligida por una altiva fémina que lo desprecia. Bolívar se sentía cómodo siendo él y eso es difícil verlo en estas producciones; y todo indica que no es por falta de capacidad actoral, sino por el peso del bronce del encarnado en una intención de deificar al personaje y con una grandilocuencia que lo aleja de lo mundano. Acierta la serie esta vez con la personificación de Bolívar cuando lo presentan con barba y cabello largo que para la época de la batalla usaba. El Bolívar real.

El eje transversal del primer capítulo es la arenga que le ofrece el Libertador a los combatientes en la sabana de Carabobo, siendo usual este tipo de discursos por parte de todo comandante frente a su tropa, con el fin enardecer el ánimo de los soldados que entrarán en combate. En el caso del Libertador, se conocen evidencias de otros discursos en situaciones similares, aunque no se tenga registro sobre esta en Carabobo. En todo caso, la proclama que se nos presenta en la serie recoge en buena medida el pensamiento bolivariano, de modo que podemos suponer una labor de investigación detrás del guion. Detalle de buen hacer cinematográfico es, por ejemplo, que mientras el Libertador habla a sus tropas va moviéndose por todo el frente de la formación, y no podía ser de otra manera, porque para ser oído por miles de hombres no había otra forma, en una época carente de cualquier tecnología, que desplazarse mientras se discurseaba para llegar al mayor número posible. Es de hacer notar la coordinación del actor a caballo con la cámara para hacer las tomas en movimiento.

Ese primer capítulo realiza también una travesía por la vida de varios personajes que confluyen hacia la Batalla de Carabobo. En una analepsis de la trama aparece el teniente de caballería Pedro Camejo “Negro Primero” en su época de niño esclavo, y quien en Carabobo estaba a la orden del “Taita” Páez. Hay una escena de resaltar: cuando sus hombres se burlan de Camejo por haberse quitado las botas, este alega que las botas incomodan y que para cabalgar es mejor estar descalzo, pero estos le recuerdan no solamente la obediencia debida a la orden del Libertador sobre el uniforme, sino que le hacen hincapié en el hecho de que él es ejemplo de los demás soldados llaneros y que por eso lo llaman “Primero”. En una decisión salomónica –y como un guiño del director con el espectador- Camejo se calza pero suprime las suelas de las botas.

Las mujeres tienen un papel preponderante en este primer episodio. El mejor francotirador del batallón “Rifles” resulta ser una mujer, a la que se le encomienda la delicada labor de eliminar a los artilleros enemigos con la intención de inutilizar las baterías españolas. Esa misma joven es también una valiente espía para conocer los movimientos del bando realista. Aunque sin mayores referencias históricas en la serie sobre esta mujer patriota, no es menos cierto que las mujeres tuvieron un papel fundamental en el desarrollo de las acciones del proceso independentista. Basta con recordar el desempeño de la coronela Manuela Sáenz, cuyos méritos no alcanza por ser la compañera del Libertador, sino que ya desde antes de conocer a Bolívar, Manuela había sido condecorada por el General San Martin con la “Orden el Sol de Perú” en el grado de caballeresa por su heroica labor patriótica. Las mujeres patriotas no solo colaboraron con el rancho y en labores no sangrientas, bien sea como espías, cocineras o costureras sino, que eran mujeres-soldados y hubo muchas que lucharon junto a los hombres como es el caso de la coronela boliviana Juana Azurduy.

Toda labor de cultivo de nuestros eventos y personajes patrios debe ser aupada por todos los venezolanos. Estas fechas significan nacionalidad y deben ser compartidas y celebradas por todos por igual. Aún falta camino por recorrer en nuestro proceso nacional y debemos estar alertas, pero sabiendo -como nos recuerda el presidente Rafael Caldera, en su discurso de conmemoración de los 150 años de esa misma batalla- que: “La experiencia nos demostró, no obstante, que los valores supremos ni se conquistan de una sola vez ni se tienen asegurados para siempre, una vez obtenidos. Han de volverse a ganar cada día…/… la independencia lograda en lo político ha sido insuficiente y ha estado constantemente amenazada, en la medida en que hemos seguido dependiendo de otros pueblos en lo cultural y económico…/… nuestra participación en el destino de la humanidad y nuestra cooperación con otros pueblos sólo podrán cumplirse en un terreno decoroso, en la medida en que fortalezcamos la conciencia de nuestra propia personalidad….

@rodolfogodoyp

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