OPINIÓN

TERROR

Por: Rodolfo Godoy Peña

El 11 de septiembre de 2001 el mundo entero a través de la televisión presenció atónito lo que parecía un accidente de mayúsculas proporciones: un avión había impactado la Torre Norte del complejo World Trade Center de Nueva York.

El WTC era un emblema, no solo de la ciudad de Nueva York, sino que era, por encima de todo, un símbolo del poderío financiero hegemónico del gigante del norte. El complejo de siete edificios se alzaba en el bajo Manhattan enclavado en el corazón del distrito financiero de Nueva York; y las torres gemelas – WTC 1 y 2 -, se destacaban contra el cielo neoyorkino como parte de la imagen definitoria de la ciudad junto a la Estatua de la Libertad. Lo que al principio pareció un accidente aeronáutico fue seguido, transcurrido apenas 17 minutos desde el primer impacto, por la embestida de un segundo avión contra la Torre Sur (WTC 2) de aquí que ya estaba claro que aquel pandemonio no era un accidente, sino que los Estados Unidos de Norteamérica estaba bajo ataque.

El atentado del 9/11 fue el mayor y mejor articulado ataque terrorista de la historia en el cual murieron 2996 personas, incluidos los 19 terroristas, y con un saldo de más de 25 mil heridos. El costo en pérdidas humanas y materiales fue descomunal, pero quizás el efecto más devastador de la ofensiva fue que sumió en el miedo a gran parte de la humanidad frente un enemigo invisible y artero, pues si este era capaz de atacar las entrañas del imperio del norte, estaba claro que podía llegar a cualquier lugar del planeta aun con más facilidad. Hubo una sensación de peligro latente y generalizado.

Esta fecha marcó un hito en la historia mundial y reconfiguró de muchas maneras la geopolítica en el planeta porque no solo el mundo occidental se vio amenazado por unos extremistas religiosos, sino que el peligro latía también en Oriente, es decir, las sociedades musulmanas tenían que lidiar con los extremismos internos, y muchos países contiguos donde se desenvolvían sociedades musulmanas pasaron a ser vecinos sospechosos.

Visité los Estados Unidos a la semana siguiente de los atentados y recuerdo especialmente el sentimiento de miedo de este pueblo. Estaban aterrados. Era la primera vez en la historia de este país que eran agredidos en su territorio. Las grandes guerras mundiales se habían peleado muy lejos de suelo americano, al igual que Vietnam y Corea. El ataque a Pearl Harbor que había servido de casus belli para entrar en la Segunda Guerra Mundial había sucedido a más de 3.600 kilómetros del continente; y aun cuando para la fecha habían sufrido algún que otro atentado, esos episodios terroristas fueron de carácter doméstico y en ningún caso tuvieron la repercusión simbólica, mediática y psicológica del ataque de fuerzas extranjeras contra la ciudad más importante de los Estados Unidos.

Las aerolíneas estuvieron al borde de la quiebre porque la gente temía volar ya que los aviones de pasajeros se habían convertido en armas de guerra por obra del atentado. El turismo se contrajo en un 72% y se empezó a desconfiar de los servicios de inteligencia. ¿Cómo era posible que unos fanáticos religiosos hubieran podido llevar a cabo un macabro plan durante 4 años, con terroristas extranjeros y con aviones domésticos, sin que los servicios de seguridad tuviesen la menor idea de lo que estaban planeando? se preguntaba todo el mundo. Las ciudades de Nueva York y Washington tuvieron un descenso de más de 30 % del valor de sus inmuebles ya que la gente empezó a huir de estas urbes, emblemas del poder político y económico del país, al suponer que eran potenciales blancos de futuros ataques.

A la par de esto se modificó la seguridad aeronáutica y aeroportuaria y los protocolos en los aeropuertos cambiaron ya que a partir de ese momento empezamos a “semi – desnudarnos” para pasar las revisiones toda vez que los controles se multiplicaron, a tal punto que los fabricantes de aviones empezaron a blindar las puertas de las cabinas de mando con cerraduras de combinación.

Por su parte el sistema bancario implementó normativas financieras con el fin de evitar el lavado de activos para el financiamiento del terrorismo y cualquier forma de acción económica, ayuda o mediación que proporcionara apoyo financiero a las actividades de elementos o grupos terroristas, lo cual implicó la adecuación de todos los países liderados por la FATF (The Financial Action Task Force), así como el levantamiento del secreto bancario en la casi totalidad de las jurisdicciones; y es que la amenaza terrorista se había vuelto global ya que se había desarrollado una extraordinaria internacionalización de las operaciones terroristas lo cual quedó aún más en evidencia en abril de 2002 en el atentado perpetrado contra la Sinagoga de la Ghriba donde unos alemanes fueron asesinados en Túnez en un golpe organizado desde Francia y financiado desde España en conexión con Pakistán.

En el plano legal se dio una categorización jurídica distinta al delito de terrorismo, se aumentaron las penas y se relajó el sistema de pruebas; y también se suspendieron garantías fundamentales logradas durante años sobre el debido proceso y contra la tortura, y se permitieron excepciones a estos principios cuando se trataba del delito de terrorismo.  El Acta Patriótica del 2001 se fundamentó en el argumento de que el pueblo norteamericano debía elegir entre su seguridad y sus derechos constitucionales, optando por restringir estos últimos para garantizar aquella; y en muchos países de Occidente se aprobaron legislaciones similares en la denominada “Guerra contra el Terror”.

Luego de dos décadas recuerdo también de aquellos días el fervor patriótico y de unidad nacional que suscitó el desafortunado evento ya que por doquier, en todos partes, edificios públicos, religiosos, educativos, recreacionales, los jardines de las casas, en los carros, etc., ondeaban banderas norteamericanas y se difundían mensajes de aliento; y a medida que se fueron develando en los medios de comunicación los datos comprobados y oficiales sobre el origen, los motivos y los autores de los atentados, se acompañaban las noticias con mensajes de solidaridad con las víctimas y sus familiares, exaltando el heroísmo de los cuerpos de seguridad y de los bomberos, muchos de los cuales perdieron sus vidas para salvar las de otros.

En aquellas horas los Estados Unidos era un pueblo con miedo que buscaba amparase en su propia identidad, dándose ánimos unos a otros para superar el infausto suceso; y fue así que esta nación unida logró sortear la amenaza de un enemigo externo; y no cabe duda que ahora más que nunca a este gran país le hace falta esa misma unidad patriótica post 9/11 para conjurar las amenazas domésticas contra su convivencia pacífica que se ciernen sobre ella presagiando una furiosa tormenta.

@rodolfogodoyp

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