OPINIÓN

RÓMULO BETANCOURT, EL REY DE ORO

Rodolfo Godoy Peña

Si tenemos que hablar de políticos venezolanos determinantes en nuestra vida republicana no podemos dejar de referirnos a ese venezolano de excepción que fue el presidente Rómulo Betancourt. El pasado 28 de septiembre se cumplieron 40 años de la muerte de este insigne venezolano.

Político con mayúsculas, o “Político de Nación” como lo llama Manuel Caballero, marcó un hito en la historia de nuestro país porque fue el estadista del siglo XX venezolano. Concibió y desarrolló, luego de muchos desvelos, el sistema de partidos que se quebró a finales del siglo pasado. Betancourt fue a todas luces un elemento determinante en la vida moderna del país e imprimió con su sello todo nuestro recorrido político desde la caída del presidente Gómez hasta la llegada al poder del presidente Chávez, cuando su modelo se agotó.

Francisco Herrera Luque, a través de varias de sus obras, divide la historia política republicana de Venezuela en cuatro presidentes que, según su tesis, permiten diferenciar nítidamente las etapas políticas por las cuales atravesó el país: Páez, Guzmán, Gómez y Betancourt, a quienes llama “los 4 reyes de la baraja”, título de uno de sus libros más famosos, aunque publicado póstumamente.

En la hipótesis de Herrera estos personajes tendrán en común que decapitarán el “ancien régime” que los precede para construir un nuevo régimen político el cual marcará determinantemente su época vital cuando cada uno de ellos imponga su propio sistema. A Betancourt le corresponde en la obra de Herrera Luque ser el “Rey de Oro”, fundador de la democracia, de un fuerte estado de bienestar y el principal protagonista de la alianza civil-militar que depondrá a los herederos políticos de Gómez.

En este guatireño nacido en los albores del siglo XX se va forjado una conciencia social desde temprana edad. Las penurias de la epidemia de 1918 en un muy precario sistema sanitario venezolano, sumadas a las reclutas forzadas de campesinos, maniatados y arrancados de su tierra para engrosar al ejército de la dictadura gomecista, lo van convenciendo de las profundas injusticias del sistema venezolano. Según el propio Betancourt, luego de caer en cuenta de las hondas desigualdades, es ese “…el año en que yo escojo definitivamente un camino en mi vida, para decirlo con Martí: Con los pobres del mundo he echado mi suerte”; y esa inquietud social y disposición para cambiar la sociedad venezolana se fortalecerá en el jovencísimo Betancourt al lado de su maestro Rómulo Gallegos en el Liceo Caracas.

A la par se va arraigando en Rómulo Betancourt la conciencia democrática y, según nos cuenta en primera persona, esa convicción no fue producto del estudio o de la meditación sino que fue “…por una reacción visceral contra la injusticia. La injusticia no es producto de la naturaleza ni de Dios, es resultado de una mala organización social. Yo primero fui contra la injusticia económica y social que contra la opresión política.

Y es precisamente esa rebeldía juvenil frente a las desigualdades sociales lo que lo aproxima al marxismo, sobre todo teniendo en cuenta que para ese momento en el mundo se estaban produciendo cambios políticos muy significativos con el triunfo de la revolución bolchevique que marcaron un hito en la historia del mundo y América no fue la excepción. Luego de haber estado en la ergástula gomecista por los eventos de la Semana del Estudiante en febrero de 1928, sale a intentar la toma del Cuartel San Carlos portando un máuser que daba un culatazo formidable según cuenta él mismo, y empuñando un fusil, arriesga su propia vida porque Rómulo Betancourt ni pidió invasiones extranjeras, ni la ocupación de Venezuela por fuerzas “humanitarias”, ni azuzó cobardemente a otros permaneciendo él a buen resguardo: no, el futuro presidente se batió a tiros por la causa que creía justa.

Tras el fracaso del golpe del 7 de abril sale al destierro y en ese tiempo formará parte por cinco años del Buró Político del Partido Comunista en Costa Rica; tiempo que será para él un período de formación, de aprendizaje y de crecimiento, en el que se observa claramente su preocupación por lograr una definición ideológica.

El exilio fue un compañero constante en la vida de Rómulo Betancourt, a tal punto que una tercera parte de su existencia está signada por el destierro. Estos exilios estuvieron marcados por la precariedad, el hambre y la pobreza. No eran exilios dorados porque Betancourt no tenía ni a Monómeros, ni a Citgo, ni a USAID para que le financiaran su expatriación. No había ninguna riqueza material, solo riqueza intelectual que se fue depurando con su condición de lector impenitente y que él compaginaba con la acción armada para el derrocamiento del gomecismo, tanto así que un naufragio lo salvó de perecer en Cumaná en la expedición del Falke.

Betancourt es el ideólogo de la identidad principal del socialismo en Venezuela, porque ha estado y ha aprendido del comunismo. Repudia el extremismo marxista – leninista y la “importación” del modelo soviético que pretende una parte de los comunistas latinoamericanos. Las bases fundamentales de su visión política están recogidas en el Plan de Barranquilla y como brazo político del manifiesto, funda la Agrupación Revolucionaria de Izquierda (ARDI), que será la simiente de Acción Democrática. Al volver a Venezuela, luego de la muerte del general Juan Vicente Gómez, la Agrupación se va a transformar en el Partido Democrático Nacional (PDN) y eso conlleva a la ruptura definitiva con los comunistas pro-soviéticos venezolanos. El PDN según Betancourt es un: “partido revolucionario, democrático, antiimperialista y poli – clasista”. Esa será la impronta política de Rómulo Betancourt.  

El animal político, combativo y de armas, es también un enjundioso estudioso de la realidad venezolana y mundial. A Betancourt le debemos una de las mejores obras de historia contemporánea intitulada: “Venezuela. Política y Petróleo”.  Pensador prolífico, en el lapso desde la muerte de Gómez y el segundo exilio decretado por el presidente López Contreras, Betancourt escribió más de 600 artículos de economía y política, así como más de media docena de libros y ensayos.

Por otra parte, en su obra “América Latina, democracia e integración” desarrolla su pensamiento político sobre el continente. Le preocupaba la falta de integración latinoamericana en el entendido de que, la América, como un archipiélago, era presa fácil de los poderes coloniales, y para él esa integración debía sostenerse no solo de la función económica común, sino que debía partir de un eje transversal fundamental: la democracia. La integración para él debía tener como finalidad mejorar y fortalecer la democracia. Existe en Derecho Internacional Público una tesis denominada Doctrina Betancourt, que sostiene que cualquier país en el cual su gobierno no fuese producto de la soberanía popular o que nazca como efecto del derrocamiento de un régimen legítimo, debía ser expulsado de los organismos multilaterales, tal y cómo fue expulsada Cuba de la OEA en 1962 en aplicación de esa doctrina. Para Rómulo Betancourt la integración dependía del sistema democrático sin importar el marbete ideológico de los gobiernos.

Betancourt, aun cuando es un revolucionario de izquierda no comulga en ningún caso con las tiranías, ni con el militarismo. Sacar a los militares del poder en América Latina y sustituirlos por gobiernos civiles es una constante en su pensamiento político. En otro de sus libros “Hombres y Villanos”, del lado de los héroes están, entre otros, José Maria Vargas, Gandhi o Pablo VI. Los malos son dictadores: Mussolini, Ubico Castañeda o Franco, por mencionar a algunos.

La “causa eficiente” de Rómulo Betancourt era su amor por Venezuela y por su gente, y así se lo escribe a su hija Virginia: “Qué agarradora y fuerte y dominante es Venezuela. Haber nacido en ella es un compromiso; desarraigarse de ella es imposible. Eso lo siento yo en forma premiosa. Hasta comiéndome una lata de sardina sentía que eran las mejores del mundo“.

Cuando se le preguntó al presidente de derecha Rafael Caldera, su principal contrincante, el porqué del éxito del Pacto de Puntofijo en la estabilización política del país contestó sin titubeos: “Rómulo fue un venezolano de excepción, honesto, probo. Era un hombre que cumplía con sus compromisos. Era un hombre en el que se podía confiar”.

Rómulo Betancourt es un modelo que debe servir a las nuevas generaciones de políticos que aspiran a gobernar los destinos deL país; dirigentes políticos que amen al país por encima de sí mismos.

@rodolfogodoyp

Reporte Latinoamérica no se hace responsable por las opiniones emitida por el autor de este artículo.