OPINIÓN

LEVIATÁN

Por: Rodolfo Godoy Peña

Caos, destrucción, desconcierto, una bestia – con aspecto de dragón que escupe fuego, según Job -, que se pasea por un mundo desordenado y descompuesto y que ha sido simbolizado por los estudios religiosos con esa humanidad que se opone a Dios.  El monstruo aparece en ambos testamentos y siempre es vencido por Dios.

El animal, productor de un piélago de anarquía, es el símil del que se vale el filósofo inglés Thomas Hobbes para explicar la situación de acracia y el escenario de “bellum omnium contra omnes” en que estaría inmersa la sociedad entera a falta de unas condiciones básicas que permitan la convivencia pacífica, tal y como lo describe por primera vez en su obra De Cive publicada en 1642.

Si la sociedad siguiese su curso natural sería aquella “…donde todo hombre es enemigo de todo hombre, (…) viven sin más seguridad que la que su propia fuerza e invención les proporcionará. En tal condición no hay lugar para la industria, porque el fruto de esta es incierto y, en consecuencia, no hay cultivo de la tierra, ……, sin artes, sin letras, sin sociedad y, lo que es peor de todo, miedo continuo y peligro de muerte violenta, y la vida de un hombre solitario, pobre, desagradable, brutal y breve, de modo que Hobbes desarrolla en su obra Leviatán (1651) el cómo esa runfla se convierte en una sociedad a través de la organización política, y plantea que el origen del Estado es el pacto que realizan las personas entre sí mediante el cual se subordinan desde ese momento a un gobernante, quien a su vez procura el bien de todos los súbditos.

Hobbes desarrolla su idea del contrato o pacto social celebrado por los hombres como garantía de la seguridad individual y como forma de poner fin a los conflictos que, por naturaleza, generan estos intereses individuales. Esta explicación sobre el origen de la sociedad y el Estado seria desarrollada y enriquecida posteriormente por Locke y por Rousseau.

Y es que en gran medida la gobernanza occidental moderna está enraizada en el pensamiento de filosofía política de la terna Hobbes, Locke y Rousseau, de donde además del acuerdo social para formar sociedades se desprenden otros conceptos como la igualdad de los hombres, la libertad individual, la oposición a la opresión, la división de poderes y así, muchos de los elementos constitutivos de los que hoy conocemos como democracia.

La democracia es un sistema de gobierno que exige el ejercicio continuo. La democracia no es un fin, es un medio. En muchos casos se confunde la manifestación de la “Voluntad General o Colectiva” que plantea Rousseau como elemento constitutivo del contrato social con la democracia como sistema.  El acto de votación parece “ser” el sistema democrático y se afirma con frecuencia que votar es suficiente para vivir en democracia.

Pero no es así, no es suficiente votar. El voto puede ser la manera más justa de “contar” la voluntad general, pero es solo una fórmula de medición. Cualquier voto es una manera de cálculo, pero lo democrático no es el conteo. Puede haber más y mejor democracia en una elección de segundo grado, en un sistema parlamentarista o en una monarquía constitucional, sin que necesariamente sus poderes nazcan de una elección directa, porque la democracia nace y se desarrolla por la acción de sujetos – electores y elegidos – que ejercen ciudadanía, que hacen que la democracia funcione, se fortalezca y se consolide. En la actualidad, frente al mundo de la posverdad y la “divinización” del albedrio, la democracia corre un grave peligro.

En Venezuela tenemos casos muy lamentables de cómo la “voluntad general”, es decir el caudal puntual de votos, convierte al Estado de Derecho en un traje a la medida del gobierno de turno. Desde hace mucho he sostenido que el golpe mortal a la democracia de partidos vigente hasta el año 1999 no fue la intentona insurrecta de Hugo Chávez, así como tampoco lo fue el enjuiciamiento del presidente Carlos Andrés Pérez; el primero por fallido y el segundo por haberse canalizado a través del andamiaje jurídico, fue el pisoteo al Estado de Derecho realizado por la Corte Suprema de Justicia cuando decidió la convocatoria de una reforma constitucional solicitada por el ya presidente Chávez, con base en la soberanía “originaria” pero fracturando nuestro “contrato social”; y es que no solo corresponde al poder ejecutivo la preservación de la democracia, sino que es tarea también de los otros poderes públicos.  

Más recientemente, en el caso de las elecciones fallidas en el estado Barinas, que tensó la incipiente reincorporación de la oposición del #G4 al cauce electoral, el poder moral notifica la inhabilitación “a posteriori” de un candidato opositor, luego interviene el poder judicial para anular el proceso y como corolario algún sector del poder electoral estuvo tentado a desconocer la decisión.

Unos días después de la sentencia de la Sala Electoral el rector Márquez declaró que en su “…condición de rector del CNE y principalmente como ciudadano, no puedo dejar de elevar mi voz en relación con las recientes decisiones de la Sala Electoral del TSJ, las cuales podrían menoscabar las atribuciones del CNE pero se hace inevitable recordar que las decisiones de la más alta autoridad del poder judicial del país no menoscaban la autoridad de otros poderes, porque es de su competencia constitucional en el Estado de Derecho dictar ese tipo de fallos. Afirmar lo contrario es tan equivocado como plantearse que cada vez que se declara con lugar un recurso de amparo constitucional frente al desbordamiento de los poderes del Estado, entonces se estaría disminuyendo la acción de gobierno. Quien debe batallar su situación jurídica ante el tribunal es el afectado y no el CNE a quien solo le correspondía, como lo hizo, acatar la decisión judicial y convocar un nuevo proceso y la oposición, de manera acertada, postula candidata conjurando el peligro de que este evento pudiese incrementar el discurso de la abstención.  

El acatamiento de la decisión del Tribunal Supremo de Justicia, al igual que la incorporación de la oposición al sistema electoral del país, son unos buenos indicios del enrutamiento del país en la dirección correcta. Sigamos construyendo más y mejor democracia, formando a las generaciones de relevo, pero sobre todo ateniéndonos a las reglas del juego.

@rodolfogodoyp

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