REPORTAJES

Espera interminable para abordar

Tristeza transmite el paisaje que ofrece un sector de la Terminal 1 de Ezeiza, ya en la madrugada de este miércoles, donde media docena de personas intenta dormir en el piso, otros varios sentados sobre sus rodillas, una mujer “presta” su regazo a su madre y dos chicos de unos diez años comparten una “cama de sillas”. Otra gente adulta camina y estira las piernas, están los que se fueron a tomar un café o los que dan vueltas intentando acelerar el tiempo.

Todos son venezolanos y durante la tarde del martes superaron las 200 personas, pero algunos pudieron volver a sus hogares luego de que Conviasa, la aerolínea de bandera, suspendiera el vuelo que estaba previsto para las 2 de la madrugada del martes rumbo a Caracas. El avión, que debía llegar en vuelo directo desde la capital de Venezuela, hizo una escala en Santa Cruz de la Sierra y luego retornó al país caribeño.

¿Qué pasó? “Acá nadie sabe nada, sólo tenemos trascendidos que dicen que el avión de Conviasa no tenía el permiso de ANAC para tocar suelo argentino, algo francamente llamativo”, explica Denis Portillo, abogado y representante legal de los pasajeros, que intentará conseguir que los damnificados sean indemnizados de alguna manera. “Hay gente mayor, mujeres embarazadas, criaturas y nadie dio la cara ni para pedir disculpas ni para ofrecer una botella de agua”, reclama.

Más de 200 pasajeros expresaron su malestar y descontento durante la jornada del martes, y por la noche muchas familias decidieron dividirse: los que se volvían a su hogar o a un hotel cercano y los que permanecían de guardia ante cualquier cambio de planes.

“No podemos creer que ahora nos pase esto, nadie nos da una respuesta, no tenemos ante quien quejanos porque Conviasa no tiene una oficina en Ezeiza, estamos a la buena de Dios. Yo pagué 2.800 dólares por dos pasajes para mí y mi esposa y queremos pasar fin de año con nuestras familias”, cuenta Edinson (28), comerciante que vive en Belgrano.

Durante más de 24 horas la línea aérea estatal no se había notificado, por lo que la incertidumbre era absoluta. “Gracias a un amigo que tenía en el vuelo que de Caracas aterrizó en Bolivia, pude enterarme de algo y transmitirlo a mis compatriotas, pero tampoco se sabía qué pasaba. A mí me dijeron primero que había desperfectos en el avión y luego que Argentina no lo autorizaba. Lo concreto es que el vuelo aterrizó en el aeropuerto de Viru Viru con cien venezolanos y se volvió a Caracas con diez”.

La pareja de Fernando y Luisanny, ambos de 24, dormitan recostados en sus cuatro valijas, en un hall frente a un local de McDonald´s. Los vence el sueño pero hacen el esfuerzo de hablar con Clarín. “Venimos con mucho agotamiento, porque estamos en el aeropuerto desde el lunes a las ocho de la noche. Y agotamos casi todo el dinero que nos quedaba y no sabemos cómo seguiremos”, puntualiza Fernando. “Después de dos años en la Argentina, nos volvemos a Venezuela, creemos que fue suficiente, no encontramos lo que vinimos a buscar“.

Ambos de Puerto La Cruz, Luisanny cuenta que ella y su novio trabajaron un promedio de 11 horas por día cada uno. “Yo nunca pude ejercer con mi tecnicatura en inglés, así que trabajé en empresas y comercios haciendo de todo para solventar el alquiler, pero nunca alcanzaba. La inflación y el precio de los alimentos nos aceleró el regreso, no pensábamos que sería tan compleja la economía argentina”.

Técnico audiovisual, Fernando rescata sin embargo la experiencia laboral y personal en su paso por el país. “Si bien tuvimos que atravesar la pandemia, que no es un tema menor, advertimos que están pasando las mismas cosas que ocurrían en Venezuela cuando empezó la caída libre, por lo cual, para estar en una situación similar, preferimos estar en casa, con nuestras familias y sin pagar alquiler”. Cuentan que cada pasaje costó 890 dólares y que debieron pedir ayuda para abonar uno de ellos.

María Guadalupe (73) no puede más con su cuerpo. Prefiere conversar caminando, ya que estar tanto sentada intentando encontrar una posición la contracturó. “Vine a visitar a mi hija, a quien extrañaba mucho, después me agarró la pandemia, y me quedé, pero la verdad es que ya no aguanto más estar aquí, no por la Argentina, sino porque quiero estar en mi casa, con mis otros hijos”, expresa la mujer, del estado de Miranda.

Sólo ruego viajar pronto, porque quiero llegar antes de que se termine el año. Estaba muy ansiosa y con expectativas por este viaje y que lo cancelen sin previo aviso, con más de 200 pasajeros en el aeropuerto es de una falta de humanidad absoluta. Nadie piensa en nosotros, en lo que nos pasa, en nuestra salud. Yo tengo 73 años y el nivel de estrés y nerviosismo que pasé no se lo deseo a nadie”.

Un muchacho corpulento se acerca y avisa que hay un comunicado de Conviasa vía redes sociales. “La aerolínea extiende sinceras disculpas por los inconvenientes ocasionados tras la cancelación del vuelo programado”. Y anticipa que el jueves 30 “se ejecutará el vuelo Buenos Aires-Caracas, gracias a que la ANAC ha otorgado los permisos correspondientes“. Sentimientos encontrados en los varados presentes, porque habrá que sobrellevar una noche más, la tercera.

Liliana García (50) vive en Córdoba y trajo a su madre María (83) a Ezeiza, quien tuvo un pequeño accidente -se quedó dormida en un asiento y se cayó al piso. “Por suerte un amigo se la llevó a su casa, porque otra noche en el aeropuerto no hubiera soportado. Yo tampoco doy más, pero decidí quedarme con las valijas por si surge alguna novedad de último momento. Como Argentina, en Venezuela también todo es impredecible, pero yo allá no vuelvo más“, sostiene Liliana, licenciada en enfermería.

Confiesa que con su mamá “estuvimos llorando todo el día, porque ella se vuelve a mi país y sabemos que no nos vamos a ver en persona nunca más y eso tiene un peso gigante, que se opacó con toda esta vergüenza que hizo Conviasa. Pero mamá se vuelve porque no se pudo adaptar, primero por el frío, después por las temperaturas sofocantes y finalmente porque extraña su casa y a sus otros hijos”, señala la enfermera que llegó a Ezeiza el domingo, en micro, desde Córdoba.

Los rostros de Dayanna (28) y John (31) lucen extenuados. Dos noches en vela y “las horas que nunca pasan”, dicen mientras acarician a Chelsea, la yorkshire que está más perdida que ellos. “Fue todo muy vertiginoso en las últimas semanas y encima esta incertidumbre innecesaria de nuestra aerolínea de bandera”, cuenta Dayanna, que necesita hacer catarsis: “A mi novio, que es diabético, lo echaron de su trabajo en octubre y a partir de esa situación decidimos volvernos a Venezuela porque con un solo sueldo es imposible vivir aquí”, explica Dayanna.

La pareja caraqueña llegó a La Plata en 2018 y allí se instaló. “Tuvimos momentos difíciles y otros más holgados, en los que podíamos llegar bien a fin de mes. La verdad es que retornar nos genera sensaciones encontradas porque sabemos que vivir en Venezuela es depender de nuestros padres, vivir con ellos, cuando acá, con todo lo que costó, logramos una cierta independencia. Acá trabajando nos permitió pagar el alquiler, los impuestos y la comida, algo imposible en nuestro país”, hace saber John.

Coinciden que la situación económica y la inflación en Argentina fueron determinantes para tomar la decisión. “No tuvimos mucho tiempo como para buscar otro trabajo porque aquí los precios se dispararon de una manera galopante. Antes de entregar el departamento en La Plata vendimos todo lo que teníamos para poder comprar arañando uno de los pasajes, el otro nos ayudó un familiar que vive en Inglaterra. Acá en Ezeiza llevamos tres días y gastamos 10.000 pesos en nada, porque lo único que comemos son los combos de McDonald´s”.

La mayoría de los aquí presentes se pregunta con desconfianza si podrán volar el jueves. “Para mí lanzaron una fecha para calmar a las fieras”. “Pero no pueden dejarnos más días tirados con el fin de año a unas pocas horas”. “¿Habrá que hacerse otro PCR? Yo no tengo más dinero”. “Acá en Ezeiza no podemos seguir estando sin un respaldo económico de la aerolínea“. Hasta ahora nadie vino para intentar apaciguar. Solo hay preguntas, dudas y un mar de incertidumbre cuando todavía queda otra noche por delante. 

Cortesía: www.clarin.com