OPINIÓN

¿Y ACASO LOS RUSOS NO JUEGAN?

Por: Daniel Godoy Peña

El inicio de 2022 ha sido más interesante de lo que esperábamos. Tras dos años consecutivos marcados por la pandemia de la COVID 19 hoy las miradas del mundo están puestas sobre la crisis (por ahora diplomática) que ha surgido por el despliegue de tropas rusas en la frontera con Ucrania y que ha puesto en alerta a los Estados Unidos y a sus aliados de la OTAN, los cuales han “advertido” al Kremlin con severas consecuencias en caso de que sus tropas invadan Ucrania. Entre tanto se mantiene incólume la exigencia de la Federación Rusa a los países occidentales de no aceptar a la ex república soviética como miembro de la OTAN. He aquí el meollo del problema.

En 2014, y aprovechándose de la crisis que para el momento vivía Ucrania, el gobierno de Vladimir Putin, intervino militarmente en la península de Crimea ayudando que en ese momento formaba parte del territorio ucraniano y luego de la intervención rusa desató toda una crisis diplomática entre los países occidentales liderados por Estados Unidos y que siguió una ruta conocida por la comunidad internacional y también por los venezolanos: el gobierno americano y sus aliados de la Unión Europea decidieron sancionar económicamente a los funcionarios rusos y ucranianos pro-rusos, amenazaron y realizaron ejercicios militares cerca de la zona en disputa pero, al final no pasó de ahí. Hoy en día la situación es que Crimea está anexada a Rusia, la ciudad de Sebastopol sirve como base naval de la armada rusa pese a las sanciones internacionales y a las resoluciones de la ONU que desconocen la autoridad de los rusos sobre ese territorio.

Desde la caída del muro de Berlín en 1989, el desplome de la Unión Soviética y el fracaso del sistema comunista, se le trató de vender al mundo que el modelo político y económico occidental empezaría a imponerse de forma inevitable ya que el vencedor de la Guerra Fría y sus aliados más cercanos no tenían quien les hiciera frente en lo económico, en lo político y, mucho menos, en lo militar. A todo esto se sumó el inicio de la corriente de la globalización que llevaba a los países menos desarrollados a compartir y competir a través de tratados de libre comercio con las grandes potencias mundiales. Toda esta situación llegó a su clímax cuando en enero de 1990 McDonald’s abría su primera tienda en Moscú, es decir, uno de los íconos del modelo capitalista vendiendo hamburguesas logró lo que no pudieron por las armas ni Napoleón, ni Hitler, ni la Guerra Fría.

Pero con la llegada de Putin al poder en Rusia las cosas empezaron a cambiar porque el nuevo líder del Kremlin estaba decidido a dejar atrás aquella política exterior de casi hermandad con Occidente que había labrado su antecesor Boris Yeltsin para, poco a poco, sustituirla con una diplomacia más al viejo estilo soviético en la cual, conscientes de que Rusia no era ni es de las primeras economías a nivel mundial, debía hacer uso de los recursos que tenía a la mano para la recuperación y modernización de su antiguo poderío militar, restablecer alianzas con las antiguas repúblicas soviéticas pro rusas, estrechar lazos  para ampliar su influencia militar, política y económica con países en el continente americano que no tuviesen buenas relaciones con Washington, aprovechar al máximo sus ingentes cantidades de recursos minerales e hidrocarburos para establecer convenios de abastecimiento con algunos países de Europa; en fin, un política exterior más agresiva, donde se negocia pero “con las pistolas sobre la mesa” siendo el mejor ejemplo de esto la reunión que sostuvo Putin en 2007 con Angela Merkel, en la cual, conociendo el miedo que sufre hacia los perros la ex canciller alemana, fue capaz de asistir a la reunión con su labrador Koni. Eso no fue accidental, obviamente.

En Washington y en Moscú están conscientes de lo que significaría un enfrentamiento bélico entre ambas naciones y sus respectivos aliados y de verdad que ninguna de las dos lo desea, porque de ocurrir podría tener unas consecuencias catastróficas para la humanidad, más aún en una pandemia que todavía causa estragos en nuestro planeta. En el medio están los europeos que si bien no quieren contradecir a Estados Unidos están intentado por todos los medios que la diplomacia sea la ganadora en este proceso; primero porque una confrontación bélica de potencias que se desarrolle en su continente tendría desplazamientos y una crisis humanitaria que nadie quiere asumir ya que un enfrentamiento con Rusia supondría en pleno invierno un recorte significativo de combustible y gas para la Unión Europea, lo que impactaría directamente en la economía del viejo continente; y, segundo, porque supondría que proyectos bilaterales como el Nord Stream 2 podría ya no entrar en funcionamiento lo cual impactaría más en la economía alemana que en la rusa ya que estos podrían vender el gas a China y otras naciones asiáticas, tal y como lo han advertido muchos analistas del negocio gasífero.

Estados Unidos atraviesa una crisis económica con la peor inflación de los últimos 40 años, y aunque nadie le discute ser la primera potencia económica y militar del mundo entre sus prioridades no está “arreglar” los problemas de los demás, aunque tampoco puede ceder su papel preponderante mientras los chinos están logrando disputarle la hegemonía económica y mundial. Por otro lado Europa no quiere más guerras y pondrá “todos sus huevos en la canasta” de la diplomacia para tampoco afectar su economía; sin dejar de mencionar que los ucranianos (que son los principales afectados) luego de las crisis políticas vividas desde la revolución naranja hasta la fecha solo quieren vivir en paz.

Pero ahí están y estarán los rusos acechando y ejerciendo -sin estrés- su política de “estira y encoje” que tanto incomoda a Occidente, tratando de enredar a los Estados Unidos y a sus aliados, distrayendo su atención en Latinoamérica, Europa y Asia, y haciéndonos recordar aquella anécdota del enfrentamiento entre Brasil y la extinta Unión Soviética en el Mundial de Suecia de 1958 en el cual el Director técnico de la “canarinha” Vicente Feola le indicaba a sus jugadores una estrategia como si el equipo soviético nunca fuese a tener el balón lo que obligó a la leyenda del futbol brasilero Mané Garrincha a preguntarle a bocajarro a su técnico : ¿Y acaso los rusos no juegan?

@danielgodoyp

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