OPINIÓN

EL ADVENEDIZO

Por: Rodolfo Godoy Peña

La democracia liberal occidental se debilita. Es ostensible. Hay serias amenazas al sistema en todas partes sin importar el grado de desarrollo del país; y eso que era lo propio y lo usual de los sistemas democráticos más incipientes o jóvenes, como en el caso de América Latina, es decir, tener que atravesar muchas dificultades en su avance y estar siempre al borde de su derrumbamiento o colapso por falta de fortalecimiento de sus instituciones más fundamentales, hoy acontece por igual en las democracias “maduras”.

El debilitamiento del sistema ya no está ocurriendo exclusivamente en lugares que alcanzaron recientemente un gobierno democrático sino en países maduros como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, los cuales tienen larga práctica; y no deja de ser notable que suceda en culturas tan dispares y en todas ellas con llamativa sincronía. Se pueden ver tendencias y estados de ánimo políticos muy análogos en países que tienen poco de común entre sí.

Este agotamiento del sistema político occidental pareciera producto de varios factores. Por una parte, la campaña sistemática de desprestigio orquestada principalmente por poderes fácticos de cada sociedad y de manera global con la intención de desplazar a los gobiernos como reguladores sociales y de ese modo maximizar sus beneficios y su control social. Estos poderes siempre han estado presentes en la vida de los países, pero ordinariamente ceñidos al poder constituido razón por la cual siempre fue de su mayor interés el debilitamiento del poder formal, cosa que en efecto han ido logrando a la par que se diluyen los componentes orgánicos de la sociedad política.

Por otro lado, podemos afirmar que el ejercicio de la política ha perdido su sentido y la actuación política ahora carece de brújula. Lo político ha terminado siendo un “hacer” pero sin ideas, con mucho ruido y con muy pocas nueces; y es que el mundo político ha sufrido un cambio de escenario que aún no sabe muy bien cómo manejar. Vemos que la discusión se ha vuelto disparatada, acelerada, pasional y que los temas que interesan a los ciudadanos no se debaten con la racionalidad adecuada pues se han modificado sustancialmente los canales de comunicación.

El internet y las redes sociales, que han sido diseñadas intencionalmente para generar emoción, ira, envidia, vanidad, etc., se encuentran hoy atiborradas de una comunicación muy poco racional que ha abrazado por igual al foro de discusión de los asuntos públicos; y es que los políticos “modernos”, atentos a comunicar a la mayor cantidad de gente posible, se pliegan a estos medios sin poder evitar ser arrastrados por los mismos, con lo cual caen víctimas -y con ellos las sociedades donde actúan- en esa misma dinámica malsana que es de suyo a las redes.

Son políticos que renuncian a ser “políticos” y que se resisten a construir formas de conversación pública que estén diseñadas para crear consenso y ciudadanía, y entonces terminan convertidos en fatuos “influencers” cuyos mensajes deben ser tan pasionales como los del resto. Mientras más radical y más fanático sea el mensaje más adepto cultivarán.

Las sociedades occidentales han llegado a tal punto de hastío con respecto a sus actores políticos que han preferido dejarse arrastrar por el autoritarismo, modelo más cómodo pues no necesita ni de la persuasión, ni del diálogo, siendo esto una expresión muy sintomática del declive de la democracia como lo refleja en su obra La Dinámica Autoritaria la economista y psicóloga política australiana Karen Stenner cuando afirma que a las sociedades modernas occidentales les molestan las discusiones, los debates y los intercambios de ideas airados. Les gustaría que sus líderes pudieran ofrecerles explicaciones sencillas sobre el mundo que los rodea y soluciones sencillas que puedan respaldar con entusiasmo…/… pero la determinación del ‘bien común’ mediante el debate y la negociación entre partidarios de visiones del mundo en competencia: no es comprensible, y mucho menos aceptable desde la perspectiva autoritaria”.

Esta realidad ha devenido, en unos casos, en el surgimiento de personajes autoritarios; en otros casos en la emergencia de advenedizos u “outsiders” y, en muchas ocasiones, en la masificación de la idea infantil acerca de la existencia de modelos “únicos” para lograr el desarrollo político. En el peor de los casos se produce la suma y concentración de los tres vicios en una misma persona que lidera el quehacer político y que, inclusive, llega a la jefatura del Estado.

En los últimos tiempos tenemos abundantes muestras de esos aficionados dirigiendo los destinos de un país. Es el caso, por ejemplo, del presidente Pedro Castillo, quien no teniendo experticia política alguna ni habilidad para el consenso se ha pasado todo su mandato evitando ser derrocado, situación explosiva que coloca a Perú en un estado de convulsión permanente, la más agitada de toda América Latina sin ninguna duda. O el caso del advenedizo “mediático” ejemplificado en el histrión Volodímir Zelensky, amateur de la política que se dejó arrastrar como “tonto útil” a una confrontación en pro del nuevo Orden Mundial pero que no tiene posibilidad de ganar, y que nos hace presentir que Ucrania recibirá ese nuevo orden totalmente devastada.

Pero existen otros modelos en ese mismo catálogo: por ejemplo, el advenedizo u outsider “empresarial” que se le vende a los electores como la solución mágica por parte de los capitales porque dicen que manejará el Estado como su empresa y que, como es rico, se le supone será exitoso en la gerencia gubernamental; pero es así como tenemos a un Donald Trump, quien estuvo a punto de concretar el primer golpe de Estado contra la democracia más antigua del mundo.

También está el outsider o advenedizo modelo “Robin Hood” que es aquel que montado en la ola de una campaña feroz contra el establecimiento político y con ánimo de revancha le propina la estocada final al sistema, aunque después no sabe ni cuándo ni cómo detenerse en ese proceso de demolición, si bien siempre sintiéndose llamado a quedarse en el poder “para siempre” y para toda su vida como si fuese un ungido. Encarnando este modelo tenemos a Hugo Chávez, en el pasado más reciente de nuestro continente.

Y como las enseñanzas de la historia siempre se nos hacen muy esquivas a los venezolanos y seguimos en la tónica de demoler la acción política, hay desde hace unos días una efusión de propuestas y listados para que advenedizos, diletantes, legos y outsiders sean la contrapropuesta del gobierno frente al evento electoral del 2024.

Ya está bien de esta suicida actuación antisistema y para eso los venezolanos estamos obligados a exigir, cómo bien lo ilustra Max Weber en su estupenda obra homónima, que los actores políticos tengan la “política como vocación”.

@rodolfogodoyp     

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