OPINIÓN

LA JAURIA

Por: Rodolfo Godoy Peña

La sociedad moderna está hiperconectada. En ningún otro momento anterior la humanidad había presenciado, con tal nivel de tecnificación, que un ser humano pudiera comunicarse con otro que está a miles de kilómetros de distancia en tiempo real; sin embargo, lamentablemente, esa cercanía con el que está lejos pareciera directamente proporcional a la lejanía con el que está cerca. No se pueden negar las bondades de estas herramientas para los que estamos lejos ya que nos permiten comunicarnos con nuestra gente rápida y eficientemente, pero a la vez nos transforman en sujetos alelados con los dispositivos electrónicos a través de los cuales se nos diluye la posibilidad de disfrutar de la presencia y el “contacto” del otro.

Este retraimiento se agravó con la pandemia, pues a pesar de los destellos y eventos de solidaridad muy publicitados mediáticamente, el hombre vio a su prójimo como una amenaza de enfermedad y de muerte.  El “igual” era el peligro; y llegó a tal punto el miedo y el rechazo que dentro de las propias familias vimos casos donde se aisló a sus miembros. ¿Quién consuela, quien acompaña ante la inminencia de la muerte, quien pone el paño de agua fría en la frente afiebrada, quien ante el desgano ayuda a alimentar o a beber?  La peste logró que la familia huyera del suyo, lo tratara como un proscrito y lo tachara de riesgo inminente aun siendo víctima inocente pues nadie quiere enfermarse. En este caso el amor racional no logró triunfar sobre el instinto animal de la supervivencia.

Este aislamiento humano llegó para quedarse. Muchos centros de trabajo a raíz de la pandemia modificaron sus normas para que los empleados, a través de los avances tecnológicos, puedan hacerlo de manera remota lo cual ciertamente supone un notable ahorro corporativo. Y esto que pareciera podría contribuir a la unidad familiar – cuestión que estudios especializados ponen en duda – impacta seriamente en el aislamiento del hombre con sus colegas, resta el trato personal al trabajo y va en contra del aprendizaje profesional.

El hombre moderno ha ido suplantando el amor por el “sentimentalismo”, por un buenismo fatuo; y esa liviandad del sentido real del amor ha ido permeando fatídicamente en una sociedad carente de compasión donde “el otro” dejó de ser un sujeto integral, con sus aciertos y con sus errores, para convertirse en el objeto del odio y reflejo de los propios miedos y limitaciones.

Esta concepción es la que ha inducido que todos seamos vistos como posibles enemigos, que se humille a quien yerra en lugar de ser enseñado y que se le niegue la oportunidad de redimirse de sus acciones, de modo tal que hemos cambiado las antiguas antorchas de las hogueras por los modernos mensajes de odio. Y lo más alarmante es que es un hecho extendido por lo que a veces me da la impresión de que la humanidad ha terminado siendo como esos espectadores furibundos en el Coliseo romano que gozaban con el sacrificio humano, enardecidos por la sangre del prójimo.

Esta nueva forma de odio colectivo donde el hombre pierde la posibilidad de redimirse y de alegar en su favor “porqué dijo lo que dijo” o “porqué hizo lo que hizo”, ha llegado a convertirse en lo que los sociólogos denominan la “Cultura de la Cancelación” que es una lógica del odio donde se alienta a retirar “a cancelar” a figuras públicas y empresas después de que hayan hecho o dicho algo considerado objetable u ofensivo; pero hay que advertir que todos somos responsables en alguna medida de ese odio que no solo se dirige a empresas o personajes públicos, sino que en este contexto de falta de piedad y de empatía con las acciones o las palabras del otro que le restringen la posibilidad de redimirse o de rectificar, todos vamos contribuyendo al alguna medida.

Que se haya cancelado, o diría yo más bien que se haya “crucificado” a Will Smith no hará que deje de ser un personaje público ni que lo abandonen sus muchos méritos actorales y sus talentos; y aunque el actor se disculpó -y probablemente haya tenido sus razones para actuar como actuó, sean esas motivaciones válidas o sean insuficientes- de inmediato la jauría humana se abalanzó sobre él al igual que se abalanzó contra la “nacionalidad rusa” simplemente por las acciones contra Ucrania del presidente de su país. Frente a todo esto, ¿cómo no recordar a Wojtyla recibiendo al oído las palabras de su frustrado agresor que le había disparado a quemarropa a la vista del mundo y que lo puso en trance de muerte?  Eso es entender la naturaleza humana con sosegado realismo.

Todos somos responsables, no hay ninguna duda. Basta con ver la acción humana en las redes sociales para darnos cuenta de la “lógica del odio” que se apodera de la humanidad y de la que todos somos coparticipes, convirtiendo al otro en una amenaza que hay que cancelar. Los que vertemos opiniones en redes sociales o en artículos de opinión estamos expuestos a ser contradichos y eso es muy bueno pues como decía el poeta Machado: ¿Tu verdad?  No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.; debemos entender que la interacción en las redes puede enriquecer el debate ya que es una forma de buscar la verdad juntos.

Pero en esta “lógica del odio” en la mayoría de los casos se reciben descalificativos “ad hominem” pues a los hombres nos gusta la “libertad de pensar o de decir” cuando se dice o se piensa lo mismo que nosotros pensamos o decimos, caso contrario, movidos por el miedo, intentamos aniquilar al de la idea antitética.

Estoy convencido de que uno se equivoca más de lo que acierta, pero no estoy seguro de que el insulto o la cancelación sea la forma más eficaz para darnos cuenta del error; no obstante, los calificativos e insultos también me han servido como un ejercicio de empatía y de tolerancia. No bloqueo a nadie, aunque el insulto sea perverso, sino que intento desde mi idea “conversar” con el otro pues estoy persuadido de que detrás del odio que esa persona vomita a través de los improperios hay un ser humano que sufre, pues quien odia sufre y que de lo que hay en su corazón “es de lo que habla su boca” o -en este caso- “escribe su teclado”.  Si lo bloqueo pierdo la oportunidad de descubrir al otro porque el odio lo va aislando.

Debemos rescatar lo que nos hace humanos y seres diseñados para el amor porque no somos una jauría antropófaga. El odio, la cancelación y el bloqueo –virtual o real- solo sirven para justificar la fractura de la humanidad. A fin de cuentas, todos tenemos derecho a equivocarnos.

@rodolfogodoyp

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