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A LA DERIVA

Rodolfo Godoy Peña

La economía mundial se recalienta y ya hay señales ostensibles de una inminente recesión mundial. Los países desarrollados prevén una severa contracción en su PIB y, por supuesto, las economías emergentes y más dependientes no se librarán de los embates de una estanflación. Con Estados Unidos a la cabeza los índices de inflación son alarmantes; Europa no se queda atrás y las economías asiáticas están intentando conjurar la amenaza de la crisis.

Hace unos pocos meses atrás el mundo apenas empezaba una incipiente recuperación de los niveles pre-pandémicos frente a una desencajada economía mundial; y muchos países, además de tener que lidiar en muchos casos con la falta de materias primas y las interrupciones de las cadenas de suministros, tenían que bregar con la emisión de deuda -o de dinero fiduciario- para subvencionar a sus afligidos nacionales por la pérdida de ingresos que originó el cierre de muchas naciones para intentar defenderse del COVID.

En el área petrolera las grandes empresas extractivas ya habían empezado una significativa disminución en la inversión desde mediados de la década pasada pero esa resta se aceleró con la llegada del virus porque el mundo no necesitaba tanto petróleo ya que las economías estaban en niveles mínimos de producción, de allí que los tres años anteriores las empresas petroleras han exhibido los peores registros de inversión de las últimas tres décadas. Y sin apenas haber salido de esta situación adversa el mundo se ve conmocionado con la invasión rusa a Ucrania que más allá de la justificación y las causas por las cuales se desató la guerra -y de sus consideraciones sobre los derechos humanos-no hay ninguna duda de que el conflicto en aquel confín de Europa ha sido un golpe infortunado contra la ya maltrecha situación económica mundial. 

Toda esta realidad proponía un reto significativo para el mundo pues había que reconstruir las economías a los niveles previos al virus y contender con las nuevas formas de interactuar en el mercado laboral, agravado todo por el encarecimiento del petróleo y del gas, y sumado a la supresión del 30 % del trigo mundial que hace alertar a la FAO sobre una potencial “hambruna”. La población vulnerable que sufre “inseguridad alimentaria aguda” ha crecido sin descanso desde 2016 y se duplicó desde la llegada de la pandemia, y el organismo identifica en particular a los conflictos bélicos, las condiciones climáticas extremas y los choques económicos derivados de la pandemia de COVID-19 como los principales propulsores del avance del hambre en 2021. Recientemente ha dicho, también, que la guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto la interconexión y fragilidad de los sistemas alimentarios mundiales con graves consecuencias para la seguridad alimentaria y nutricional del planeta. 

Y es frente a esta desalentadora realidad que las sociedades reaccionan pues, como si no hubiese sido suficiente con el miedo y la congoja que creó en la humanidad el virus, ahora también el planeta debe temer a las consecuencias de unos insensatos que juegan con el bienestar de todos desde la lógica de la “guerra”; y, patentemente, los estadounidenses no son la excepción. 

Estados Unidos se acerca al “mid-term elections”, proceso comicial de renovación de la Cámara Baja y de un tercio del Senado que se celebra justo en medio de dos elecciones presidenciales, siendo en la práctica unas votaciones que terminan convirtiéndose en un referendo para el Presidente y en las cuales tiene la oportunidad de hacerse con la mayoría en cualquiera de las cámaras o de perderlas, haciendo aún más difícil el logro de sus objetivos políticos a partir de ese momento en este segundo supuesto. 

Estados Unidos afrontará estas elecciones en medio de un convulso clima económico, social, diplomático y político marcado por una creciente tensión social y por un sistema democrático que está ampliamente cuestionado por los ciudadanos, sobre todo después del motín del 6 de enero y de sus profundas implicaciones en el sistema electoral que afectan toda la credibilidad del sistema.

Apenas venia saliendo este país de la pandemia y de su afectación por la pérdida de miles y miles de empleos cuando tuvo que empezar a batallar con la inflación que generó los tres paquetes de ayuda económica que ascendió a la “bicoca” de 5 mil millones de dólares para paliar los efectos del COVID, siendo perfectamente lógico que la inflación se descontrolara después de que esa ingente cantidad de dinero entrara en la economía en el corto lapso de 18 meses.  Anejado a eso está el encarecimiento del petróleo por la guerra rusa que ha llevado el precio de la gasolina a sus niveles más altos desde hace 15 años a pesar del uso de las reservas estratégicas del país -que por supuesto son finitas- y por lo cual el alivio de los precios fue temporal siendo que el impacto en toda la cadena de producción es enorme lo que ubica al país en unos números de inflación que nos afectan notablemente a todos quienes aquí vivimos. 

Por si fuera poco, con lo anterior los ciudadanos de este país tenemos que bregar con el encarecimiento de la energía y de los alimentos, realidad frente a la cual la FED como medida paliativa decidió encarecer el precio del dinero subiendo agresivamente los tipos de interés en las últimas semanas y anunciando más aumentos en breve que impactaran directamente al ciudadano de a pie. No es un secreto que este sistema se basa en el crédito por lo cual la rueda de la economía debe seguir funcionando como está diseñada, es decir, con la compra infinita de bienes pagados a plazos para que la economía no deje de producir ni la gente de consumir; pero, obviamente, al subir los tipos de interés no solo se desacelera el consumo, sino que al ciudadano promedio se le encarecerá la hipoteca, el crédito del carro, la universidad, en fin, los créditos sustanciales en su economía personal.

Y desde el punto de vista social es innegable que las profundas huellas del racismo y de la exclusión en el país no se han logrado disminuir de manera significativa a pesar del cambio del discurso Trump vs. Biden. Por el contrario, lo que hizo la nueva administración – en vez de bajar el tono – fue cambiar el bando objetivo a defender lo cual genera la misma polarización. Un claro ejemplo de ello fue la controvertida filtración del proyecto de sentencia para la eliminación del aborto como derecho constitucional: el debate se ha centrado en una batalla entre mujeres ricas y mujeres pobres; o de sectores minoritarios frente a mayorías excluidas; y en una discusión entre libertarios y socialistas, exacerbando una polarización innecesaria antes de las elecciones. 

Valga acotar que con este tema el presidente ha trasmitido mensajes confusos a sus seguidores que le auguran un duro revés en noviembre, sumado a la lesión de su liderazgo en el caso de Afganistán y la crisis económica en desarrollo. El presidente Biden -tal vez el Comandante en Jefe más devoto a su religión que ha tenido el país en medio siglo-, asiste con frecuencia a misa y habla sobre cómo su fe católica es la base de su vida y de sus políticas, pero a despecho de eso le da recados ambiguos a sus partidarios sobre su posición frente al aborto resultando uno de los más fervientes seguidores de la opción “pro-choice”, lo que hace recordar a Groucho Marx cuando afirmaba: “Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”. 

El sentimiento de muchos norteamericanos es que el país va a la deriva, y mientras tanto los republicanos se frotan las manos y miran esperanzados las próximas elecciones presidenciales con el pleno convencimiento de que volverán a la Casa Blanca.

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@rodolfogodoyp