OPINIÓN

PADRES “DISNEY”

Por: Rodolfo Godoy Peña

Desde antes de casarnos mi esposa se fue acopiando de películas de Disney para los futuros hijos que esperábamos llegarían. Y llegaron tres, que son indudablemente el activo más valioso de nuestra “empresa” de vida.

Aurora, “mi bella durmiente”, con esa fina inteligencia que la caracteriza confiaba en que las películas de Disney serían un apoyo en la conformación ética de nuestros hijos pues el mensaje de sus películas se identificaba con la impronta moral que esperábamos inculcarles cuando fuesen llegando.

La moraleja en todos los casos era el nítido mensaje del triunfo del bien sobre el mal, del éxito de la virtud, donde se alcanzaba la plenitud de la felicidad por la “buena vida”. A los personajes de Disney se les hacía crecer en el amor.

La princesa – toda niña en algún momento de su infancia así se siente – era salvada o rescatada por el amor incondicional de aquel príncipe que vencía las maquinaciones y las maldades de los antagonistas, pues al fin de cuentas siempre triunfaba el amor, ese amor que es capaz de vencer a la muerte.

En el caso del varón era el protagonista que actuando cual “Simba” podía comprender a cabalidad la importancia de la amistad pues el Rey de la Selva también necesita amigos, así como aprender sobre el dolor de la muerte y la traición del hermano, y una vez superado esto enseñarle a los niños que siempre hay esperanza pues aún en los momentos más agobiantes de la vida “Hakuna Matata” – ¡no hay problemas! – para quienes obran correctamente, o así como comprender el valor intrínseco de la familia en la cooperación de “todos a uno” como lo demuestran la familia de Bob y Elastigirl siendo “Increíbles”.

Pues sí, y visto a través de los años, no vacilo en afirmar que las películas de Disney nos han servido de apoyo en la educación de nuestros hijos, pues en nuestro indelegable rol de educación y crianza esas películas lúdicamente reafirmaban los valores que queríamos inculcarles, persuadidos de nuestra misión de formar mujeres y hombres de bien, para el futuro y que sirvan a la sociedad, como camino de su propia felicidad.

Hace un par de días se ha estrenado en los Estados Unidos la última película de Disney / Pixar, “Lightyear” perteneciente a la saga de “Toy Story” y la misma ha causado un gran revuelo por una escena lésbica donde dos de los personajes explicitan su amor homosexual. La cinta ya ha sido prohibida en 14 países de confesión musulmana y dentro de los Estados Unidos se ha desatado una feroz campaña para clausurar a Disney, siendo uno de los líderes más emblemáticos de esta campaña de cancelación el republicano gobernador de la Florida, Ronald DeSantis.

De hecho, la campaña tuvo el efecto inicial de lograr la supresión de las escenas bajo el alegato de que fomentaban la “ideología de género” pero sus creadores y la mayoría de los trabajadores de Pixar lograron que Disney diera marcha atrás y restituyera la película a su formato original invocando que aceptar la censura de los grupos conservadores comportaría una grave limitación a la libertad creativa.

En estos pocos días he recibido alrededor de seis invitaciones de grupos religiosos – católicos y evangélicos – así como de grupos políticos conservadores solicitándome firmar para eliminar la película, y en el peor de los casos patrocinando la clausura de Disney a través de un boicot contra ese conglomerado de empresas. Más allá del objetivo de las campañas me llama la atención los argumentos que se esgrimen en algunos correos recibidos, como, por ejemplo: “Que el mundo occidental cristiano tiene que equipararse a las teocracias musulmanas para ser coherentes” (y así lograr la cancelación de la película), u otro alegato como “no dejes que Disney eduque a tus hijos”.  Por el lado contrario, para los defensores de la inclusión de las relaciones homosexuales en la película, los que se oponen a la película son “homofóbicos, retrógrados  o puritanos”.

Para nadie es un misterio que los niños en su camino de convertirse en adultos van pasando por etapas, van evolucionando, van madurando y se van reconociendo como personas. En ese proceso evolutivo – el cual nunca llega a concluirse pues nuestra especie es inacabada – nos encontramos con etapas donde los hijos son más permeables y carecen de la madurez para entender ciertas ideas; está suficientemente documentado y estudiado que el impacto de ciertos eventos entre los 4 y 6 años logra hacer mella en la formación de los hijos de manera distinta que en un muchacho de 18 años.

De modo que como “padre Disney” que me he reconocido me parece que es innecesario y contraproducente con los niños de esas edades y en plena formación de su identidad confrontarlos con la confusión que significa una ideología que omite toda ciencia para determinar la sexualidad ya que ahora se le inculca a los niños que su biología, su genética y su psicología no dependen de factores objetivos sino de percepciones y se les fuerza a intentar entender, en el momento más crítico de su formación donde deben constatar la realidad del mundo, que ellos no “son lo que son” sino que “son lo que ellos sienten que son”.  Esto en un niño es demoledor de su propia identidad.

En cualquier serie o película actual – al igual que pasó con las personas de color en su momento – se hace un esfuerzo, a veces exagerado, por visualizar a los homosexuales y es difícil encontrar alguna producción donde no se refiera a los homosexuales o haya una pareja homosexual, siendo esas obras usualmente calificadas por la censura como aptas para personas mayores de 14 o 16 años, no para niños de 4 años.

No hay duda de que en la vida “cotidiana” pueden existir héroes y villanos homosexuales porque el valor y la estatura moral de un ser humano no se mide por “debajo” de su cintura, pero todo tiene su momento y esa edad no es la indicada para confrontar a los niños con asuntos de identidad, que les son muy difíciles de manejar.

Pero tampoco puedo estar de acuerdo con la “cancelación” de Disney ya que si esta compañía -u otra- está dispuesta a promover cualquier valor que vaya en contra de mi baremo moral entonces lo correcto no es pedir su liquidación sino actuar como padres coherentes: con no llevar a mis hijos a ver la película, basta y sobra.

Los padres tenemos la obligación indeclinable de educar moralmente a nuestros hijos – ¡no es Disney quien los educa! -, pero también tenemos el grave reto de enseñarles que el valor de la libertad es lo que los hace sustancialmente humanos y que por eso tienen que aprender a escoger y a decidir en ejercicio de su libre albedrío, pero todo en su momento. Es verdad que los hijos son lo más preciados que tenemos los padres, pero también es verdad que no nos pertenecen.

@rodolfogodoyp

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