OPINIÓN

EL PAPA ROJO

Por: Rodolfo Godoy Peña

Ha sido puesto en detención domiciliaria en la ciudad de Managua el obispo de Matagalpa, monseñor Rolando José Álvarez Lago, indiciado por los delitos de “organizar grupos violentos” e incitarlos “a realizar actos de odio contra la población”.

Este hecho viene precedido en junio por la expulsión de 18 monjas de la Congregación de Misioneras de la Caridad, orden religiosa católica fundada por Santa Teresa de Calcuta y la cual el gobierno del presidente Daniel Ortega ordenó su disolución en Nicaragua. Cerraron sus obras benéficas y las religiosas partieron aventadas con rumbo a Costa Rica.

Pero es que en marzo de este mismo año el gobierno de Ortega había retirado el beneplácito al representante del Papa, el Nuncio Apostólico monseñor Waldemar Stanislaw Sommertag, a quién Managua apremió a salir del país alegando su indebida actuación en las negociaciones que se llevaron a cabo en el año 2019 entre Ortega y la oposición política. El Vaticano en ese momento manifestó su “Sorpresa y dolor por la injustificada” expulsión del embajador. 

Uno de los elementos más resaltantes cuando se visita Nicaragua es la gran cantidad de vallas publicitarias del gobierno sandinista promoviendo su revolución Cristiana, socialista y solidaria”; y ciertamente son muchas, con distintos diseños, pero el mensaje central se mantiene invariable haciendo hincapié en el carácter confesional del régimen que dirige el tándem Ortega – Murillo.

Su cercanía a los evangélicos o a la Teología de la Liberación, no parece la causa eficiente para esta arremetida contra la Iglesia Católica local por parte de Ortega, aun cuando en el transcurso de los largos gobiernos sandinistas siempre ha habido tensión con la jerarquía eclesiástica – ¿Cómo olvidar la amonestación pública de San Juan Pablo a Ernesto Cardenal? – aunque nunca antes se habían presentado estos actos frontales contra ese grupo religioso.

En el año 2018, y en plena crisis política, se inició por parte del alto gobierno nicaragüense una campaña verbal tildando a los obispos católicos de “golpistas” y suscitándose por primera vez hechos de vandalismo contra sus templos y hoy no cabe duda que el conflicto se ha ido incrementando y que la intensidad del antagonismo entre el gobierno sandinista y la Iglesia Católica se ha hecho cada vez más notorio que ha desembocado en la judicialización del obispo y clérigos y la “fáctica” ruptura de relaciones con el Vaticano. La Iglesia Católica en Nicaragua vive momentos críticos.

Como era de esperarse las redes sociales se han llenado de cuestionamientos al Papa por su “silencio” frente al conflicto y como era predecible, subyaciendo en las opiniones de estos “defensores” de la verdadera fe, la manoseada acusación acerca de la afinidad política de Francisco con la izquierda, inclusive de ser comunista, rojo, etc. Esto no es nuevo, ni con Francisco, ni con la Iglesia en general y no cabe ninguna duda que la mesura y la prudencia del Papa frente al gobierno de Nicaragua no parece obedecer a una admisión de su “marxismo”, sino que es el ejercicio de virtudes en el gobierno de las cuales han hecho gala muchos de sus predecesores. 

Cuando el planeta se enteró del holocausto judío estaba en pleno apogeo la II Guerra Mundial y el Papa Pio XII fue brutalmente acusado y censurado, inclusive desde dentro de la Iglesia, por su “blandura” con el régimen nazi o por su filiación “fascista” pero esos análisis omiten advertir que ya en el año 1937 el papa Pacelli alertaba al mundo sobre la pretensión hitleriana de imponer una raza y defendía la dignidad de toda la humanidad en la Encíclica “MIT BRENNENDER SORGE”   en estos términos: “Este Dios ha dado sus mandamientos de manera soberana, mandamientos independientes del tiempo y espacio, de región y raza. Como el sol de Dios brilla indistintamente sobre el género humano, así su ley no reconoce privilegios ni excepciones…”.

Hoy, igual que hace ocho décadas, se omite deliberadamente decir que el Observador Permanente del Estado del Vaticano en la Organización de Estados Americanos se manifestó en la última sesión del Consejo Permanente de ese organismo hemisférico sosteniendo que las partes están obligadas a buscar “Caminos de entendimiento basados ​​en el respeto y la confianza recíproca”  y que “La Santa Sede no puede dejar de manifestar su preocupación al respecto, mientras asegura su deseo de colaborar siempre con quienes apuestan por el diálogo como instrumento indispensable de la democracia y garantía de una civilización más humana y fraterna”.

En aquel caso con discreción el Papa Pio XII salvó del Holocausto a más de 700 mil judíos y no se necesitó para eso que el Pontífice condenara al fascismo alemán desde el púlpito o en los medios de comunicación solo por complacer a los autoproclamados “defensores” de la iglesia de aquel entonces y que hoy son esos “defensoris fidei” que retoñan en Twitter exigiendo incluso muchos de ellos la “renuncia con efecto inmediato” del Papa Bergoglio.

Y es que en plena conflagración mundial hubiese sido una colosal temeridad por parte de la Santa Sede hacer pública su condena a Hitler, ya que de haberlo hecho habría puesto en peligro el territorio vaticano toda vez que los alemanes, siendo aliados de Mussolini, tenían a Roma como centro de operaciones y fue gracias a su obrar “silencioso” como el Papa Pio XII salvó de la persecución a millones de cristianos y le evito a miles de judíos de morir en los campos de concentración. No supone mayor descubrimiento entender que de haber hecho pública su reprobación y condena, el Papa habría expuesto a la Iglesia a las peores atrocidades por enfrentarse frontalmente a Hitler y, además, en caso de confrontar al régimen nazi sin capacidad de deponerlo, hubiese privado a la Iglesia de la posibilidad cierta de ayudar a salvar a miles de judíos perseguidos. 

Igual sucedió con San Juan Pablo II quien realizó análisis y escritos de critica al comunismo desde el mensaje evangélico, pero no atacó nunca directamente al gobierno polaco. De hecho, en su primer discurso en Palacio Belvedere de Varsovia, el sábado 2 de junio de 1979, dijo ante las autoridades comunistas: “…Me permito expresar también la alegría por todo bien, de que participan mis compatriotas, que viven en la patria, de cualquier naturaleza que sea este bien y de cualquier inspiración que provenga…

Muchos “defensores” de la pureza espiritual atacaron al santo polaco pues, ¿Cómo se le ocurría agradecerle algo a los comunistas?, pero es que en su obcecación no lograron entender –como no lo entienden los de turno- que Juan Pablo II estaba protegiendo a la Iglesia y a los fieles que estaban detrás de la “Cortina de hierro” mientras soterradamente fue uno de los máximos propulsores de la caída del comunismo en Europa. 

A la vista de estos eventos históricos es muy recomendable abstenerse de criticar al otro desde la ignorancia, signo inequívoco de  soberbia cuando no se tienen todos los elementos para el juicio, y de allí que sea lo mejor esperar el desenlace de los hechos para evaluarlos, al fin de cuentas cayó Hitler y cayó el Muro de Berlín.

Por nuestra parte los católicos debemos abandonar con determinación esa fatua seguridad de que somos los “defensores” de la verdadera Iglesia en su vertiente política, pues al final incurrimos irremisiblemente en esa necedad de creernos “Más papistas que el Papa”.

@rodolfogodoyp

Reporte Latinoamérica no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.