OPINIÓN

ESTADOS UNIDOS, UN PAÍS FRACTURADO

Por: Rodolfo Godoy Peña

Faltan solo unos días para la celebración de las elecciones de medio término en Estados Unidos donde se renovará la Cámara de Representantes en su totalidad (diputados), un tercio del Senado y muchos otros cargos de gobernadores, representantes estatales, etc. En muchos casos las votaciones ya empezaron por el método de voto anticipado que se puede emitir por correo o en centros habilitados previamente.  Esto, como es de suyo en una elección, aviva la politización social donde se presentan programas electorales para atraer a los votantes a favor de una propuesta específica.

En la actualidad el mundo está sumido en una polarización política con bases maniqueas expresadas en clichés de la cual no es ajeno este país, y eso hace que la discusión política se trastoque en batalla campal con ribetes de Armagedón y no en el debate de ideas, el consenso, el diálogo propio de las sociedades avanzadas, siendo esa la razón fundamental por la cual desembocan indefectiblemente en cruzadas civiles entre “el bien y el mal” que -como cabe esperar- solo pueden desaguar en la confrontación fratricida. Si yo soy “el bien” entonces el otro es “el mal” sin que importe, ni siquiera, que ese “otro” sea mi hermano.

Los temas del debate político pierden su esencia como diatriba entre la izquierda y la derecha (o entre el capital y el trabajo; o entre la supresión de impuestos o la ampliación de la base impositiva, etc.) para transitar el terreno de la aporía, de la irracionalidad, del atentado contra la inteligencia y, como es dable y ya emplazados en el terreno de la pasión y de la emoción, la razón y el pensamiento crítico salen del intercambio expulsados por el sentimiento; y esto podría entenderse como natural pues siempre la pasión ha estado sembrada en las masas humanas siendo esa la razón por lo cual ha habido en cada momento de la Historia un grupo de ciudadanos con sentido de responsabilidad que liderando esa “rebelión de las masas” son capaces de guiar al rebaño mientras ellos mismos no pierden la sindéresis.

Pero la tragedia de los líderes políticos actuales es que no son mas que “masa” empoderada que actúa y solivianta a las multitudes en lugar de guiarlas al amparo de su preminencia de manera que esta sirva de contención, de dique, de guía prudente para todos aquellos a los que están llamados a liderar. Lamentablemente la realidad es la opuesta y sucede que estos “líderes” modernos hacen las veces de una caricatura de los emperadores romanos quienes ante la efusión de sangre dentro del Coliseo usaban el pulgar para que continuara la orgía homicida y con ello, conseguir fidelidades empinados en los sentimientos más primitivos de sus seguidores.

Estados Unidos tiene una historia muy larga y dolorosa de luchas fratricidas y de racismo sistémico, y aun cuando han trascurrido 157 años desde el final de la última batalla, la Guerra de Secesión que se inició en 1861 todavía no ha terminado. Luego de las hostilidades formales vino un periodo de segregación racial que ha continuado a pesar de la enmienda constitucional que se sancionó al efecto.

Reynolds Farley del Instituto de Investigación Social (ISR) de la Universidad de Michigan que estudia la discriminación racial en el país afirmaba que si bien la segregación de blancos y negros sigue siendo elevada en muchos sitios, hay razones para ser optimistas en el sentido de que el “apartheid” ya no describe de manera apta gran parte del Estados Unidos urbano; y esto luego de que él y sus colegas condujeron un estudio en el Área Metropolitana de Detroit para identificar las causas de los persistentes y altos niveles de segregación en ese sitio donde la población blanca decía sentirse “incómoda” por la vecindad con de familias de color.

Con estos antecedentes y el marasmo de liderazgo que tiene el país, subyace en estas elecciones un impulso a estos temas de fractura social que no han sido superados desde la Guerra Civil. Valga ver, por ejemplo, que en esta campaña electoral el lema principal de campaña del gobernador republicano de Texas, Greg Abbott, quien aspira a la reelección, esDon’t California my Texas!” (¡No sea California mi Texas!) y esto porque Texas es un estado marcadamente republicano, conservador, el segundo más grande en territorio y en población y que en épocas recientes ha sido destino de muchos norteamericanos que emigran desde California; éxodo interno acelerado que se debe fundamentalmente al hecho de que California es uno de los estados más caros para vivir en contraste con Texas que es uno de los más baratos; y por otra parte, por el traslado de las tecnológicas que por razones similares, y aceleradas por el incremento del trabajo remoto producto de la pandemia, han decido migrar desde Silicon Valley hacia lo que ahora se conoce como Silicon Hills. 

En ese mensaje de Abbott subyace el mensaje de exclusión, de cerramiento del otro. Los migrantes, que ya no son solo los extranjeros sino los propios compatriotas y pasan a ser una amenaza para la pureza de su “bastión” racial, político, cultural o social; amenaza que según esos radicales se extiende a los migrantes sudamericanos que, según palabras del líder republicano y mentor de Abbott, el presidente Trump “son delincuentes”, ampliando así la base del odio racial contra la gente de color nativa en este país a quienes se les presume delincuentes hasta que se demuestre lo contrario y sumándose en ese listado, cualquiera que venga de afuera.

Es alarmante conocer, por ejemplo, que según los últimos sondeos entre los republicanos que se dicen seguidores del presidente Trump ha aumentado el número de partidarios que estarían dispuestos a empuñar las armas para evitar “otro” fraude electoral, y es que la contención social que significó siempre el componente “fiduciario” del sistema electoral de los Estados Unidos sufrió un golpe mortal con las acusaciones infundadas del expresidente; sin embargo y contra toda evidencia, sus seguidores piensan hacerse justicia por su propia mano pues no creen en las instituciones.

En este país, al igual que en el mundo occidental, es urgente detener la política construida sobre el miedo y el odio, y encauzar la discusión hacia los modelos políticos, económicos y sociales sin que el otro esté en permanente “estado de sospecha”. No puede soliviantarse el “miedo al otro” como motivación política pues eso nos vuelve enemigos y no contrarios. El camino del miedo como campaña política nos guiará irremediablemente hacia el odio y hacia la necesidad de “extinguir” la amenaza, “amenaza” que en este caso funesto serán nuestros propios hermanos.  

@rodolfogodoyp

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