DEPORTES

Amaba el fútbol en Camerún, quería ser como Samuel Eto’o, pero conoció el básquet y su vida cambió

Se imaginaba futbolista hasta que descubrió el básquet a los 15 años y 14 después acaba de ser elegido el mejor de la temporada mientras busca el título con los 76ers. En USA la pasó mal: padeció no saber inglés, sufrió bullying, lesiones graves y la muerte de su hermano. Pero nunca abdicó en su sueño

Estaba en un hermoso salón de hotel en Boston, rodeado de sus compañeros y entrenadores, todos reunidos para conocer el ganador del prestigioso premio y aunque sabía que era muy posible escuchar su nombre, cuando eso pasó, no pudo contener la emoción. Joel Embiid se agachó, se puso las manos en la cara y dejó que las lágrimas brotaran solas. Seguramente la película de su vida pasó por su mente en esos segundos y el corazón, claro, no aguantó. Fue demasiado lo que le pasó en estos 29 años al pivote camerunés, desde aquellos comienzos en Yaundé, queriendo escaparse de los deberes de la escuela para ir a patear al campito, simulando ser Samuel Eto’o la estrella de su país que brillaban en el Barcelona. Todo lo que vino después, tras conocer el básquet casi de casualidad a los 15 años, fue demasiado fuerte. El campus de la NBA, el viajar a USA, los padecimientos por el idioma, por las bromas de los compañeros, las lesiones que lo tuvieron en jaque y sobre todo la muerte de su hermano menor. Momentos que lo pusieron a prueba, que lo tuvieron contra las cuerdas, hasta pensando en volverse a Camerún. Pero Jojo tiene un carácter especial y nada es casualidad.

De a poco fue Embiid. No sorprende que él mismo adoptara el nombre de Proceso, el que le pusieron a la polémica idea de la dirigencia de los 76ers de ir formando el equipo lentamente y apoyándose en las derrotas, las que permitían elegir cada año más alto en el draft y así sumar el talento necesario para rodear mejor a Joel. Trust the Process, confíen en el proceso, repitió el camerunés hasta el cansancio. Un proceso que va dando sus frutos. La temporada pasada se metió en la pelea del MVP, siendo el goleador del torneo con 30.6 puntos, pero fue de Nikola Jokic nuevamente. Pero en la actual dio un salto más este pivote, repitiendo el privilegio anotador con un récord personal (33.1), pero siendo aún más dominante y llevando a su equipo hasta el tercer lugar de la conferencia Este. Sus promedios incluyeron 55% de campo (marca personal), 10.2 de rebotes, 4.2 de asistencias (récord propio), 1.7 tapa y 1 recupero, números que, junto a actuaciones descomunales en partidos top, le permitieron sacar ventaja sobre Jokic y Giannis, los otros dos extranjeros que le pelearon el premio.

Pensar que, en agosto de 2014, el siempre picante Jojo metió un tweet de cómo sería el ranking de los MVP y se puso primero, por encima de LeBron y Kobe. Ayer, nueve años después, el sueño fue realidad. En la votación se vio primero. Fue elegido en el primer lugar por 73 de los 100 periodistas internacionales que votan para igualar al nigeriano Hakeem Olajuwon (1994). Jokic recibió 15 votos y Giannis (Bucks), que también posee dos premios MVP (2019 y 2020), otros 12.

“No sé muy bien por dónde empezar, ha tardado mucho en llegar. Mucho trabajo duro, he pasado por muchas cosas. Y no hablo solo de básquet, hablo de la vida, de mi historia, de cómo he llegado hasta aquí y de lo que me ha costado estar aquí”, dijo, aún emocionado, mientras sus compañeros todavía lo felicitaban, haciendo hincapié en su historia, la que siempre le gustó transmitir para motivar.

“A cualquiera que esté pasando por algo (difícil) en este momento… A cualquier que esté luchando…Tengo una historia para vos”.

Así arrancó Joel la carta que escribió para The Players Tribune, el sitio que estrellas del deporte mundial utilizan para contar sus más íntimos secretos. Se trata, en especial, de historias que inspiran. Y, claro, la de esta superestrella no es la excepción. Al contrario. Es una de esas que te invita a seguir para adelante, que reúnen todos los condimentos para ser cautivante: talento, suerte, esfuerzo, mentalidad, momentos muy duros y también de aquellos hermosos que pagan todo lo malo y son el combustible para seguir.

Joel nació en la capital de Camerún, el 16 de marzo de 1994, en el seno de una familia de clase media-alta, hijo de un militar (Thomas) y de una exigente madre (Christine). En definitiva, una pareja que buscaba la perfección de sus tres hijos en la escuela y el futuro, a través del estudio. “La rutina era bastante clara: levantarse, comer, ir al colegio de 7 a 17 horas, regresar, dormir un rato, cenar y estudiar. Y el otro día, así, nuevamente”, recuerda Joel, quien precisa que el sueño familiar era que él “fuera médico”. A esa rectitud, el chico le contestó con buenas notas, pero también algunas “escapadas”, fiel a su personalidad rebelde y desfachatada que notamos hoy en la NBA. Por eso, cuando sus padres salían, él dejaba los libros abiertos, con los útiles, arriba de la mesa y se iba al baldío lindero para jugar al fútbol con los vecinos, soñando con ser alguna vez el Samuel Eto’o que veía descollar en Europa por TV. Claro, con la condición de que todos estuvieran atentos en el campito y avisaran si alguno de ellos llegaba… Joel debía correr hasta la casa, sentarse en la mesa y hacer que estaba haciendo los deberes.

Más allá de tomar el fútbol como pasatiempo, el vóley era su deporte a nivel organizado. Cuentan que era tan bueno bloqueando como rematando, siempre con manos suaves –que luce hoy-, un combo al que si le sumamos la altura le permitían destacarse mucho y soñar en grande. “Pensaba que podía irme a jugar a Francia, como profesional”, aceptó. Hasta que algo comenzó a cambiar en mayo del 2009, cuando a los 15 años vio un video de Olajuwon, la superestrella nigeriana que había sido dos veces campeón de la NBA (94 y 95) pero, sobre todo, era africano como él, que tenía un plus: una cautivante forma de jugar, con mucha ductilidad, atractivos movimientos de pies y acciones elegantes, distintas a las de un hombre tan alto. Joel se lo contó a una novia que tenía por aquel entonces y ella le recomendó que probara con este nuevo deporte que había entrado por la ventana –en realidad por Internet- en su vida. Así fue que arrancó y cada día, luego de ver el video de Olajuwon, repetía una y otra vez los movimientos, hasta mejorarlo. Ya enganchado con el básquet lo que siguió fue ver las finales de la NBA de aquel año (Lakers-Orlando), en junio, y ahí quedó definitivamente enamorado al conocer a Kobe Bryant, de esas estrellas que te vendían este deporte…

“Dwight, Pau, Odom… y Kobe. Nunca había visto algo así. Estaba viendo tirar a esos tipos y todo entraba en el aro. Además, por su manera de moverse, pensé que era lo más genial del mundo y que sólo quería hacer eso”, recordó, puntualizando en su admiración por Bryant. “Iba a la canchita que estaba cerca de casa y cada vez que tiraba gritaba ‘¡Kobe!’, quería ser como él”, precisa. Así, por inspiración, comenzó a jugar. Para muchos, tarde, con 16 años. Pero, claro, estamos hablando de un portento físico con un don especial para cualquier deporte. Si bien la primera vez que jugó fue shockeante (cuentan que recibió una pelota en mitad de cancha y preguntó “¿y ahora qué hago?”), le tomó el gustito de a poco. No era fácil, por aquellos años, jugar al básquet en Camerún. Apenas había dos canchas en Yaoundé y y ambas pertenecían al mismo club. El resto se las debía arreglar en potreros, en su mayoría con piso de tierra, que Joel frecuentaba. Encima, en casa no lo ayudaban… “En Camerún no se juega al básquet”, le dijo el padre, quien no estaba de acuerdo con la iniciativa. Así empezó la relación de Joel con el básquet. Contra todo y todos.

Pero, claro, otros veían algo distinto, como su tío Didier Yanga, el encargado de sacar la primera piedra en el camino. El responsable de tomar una impactante fotografía a la salida de su casa que envió a un amigo, Joe Touomou, el primer camerunés en llegar a la División I de la NCAA, la liga universitaria que es el semillero de la NBA. “Didier me dijo que su sobrino había empezado a jugar al básquet y me mandó esa foto. Joel tenía 16 años y ya superaba la puerta de la casa. Su altura me llamó la atención y más al sumarle que venía de una familia de deportistas”, recordó quien, impactado por esos 2m10 iniciales, terminó tomándose un avión para verlo en persona y lograr convencer a sus padres de dejarlo venir a USA. “Me reuní con ellos pero sentí que había fracasado. Sobre todo su madre no estaba muy receptiva. Me tomó tiempo y motivos poder convencerla que se sumara”, contó quien era ojeador de Indiana Pacers y poco después pasó a ser parte de los programas de la NBA en Africa.

Justamente, la vida de Embiid terminaría de cambiar cuando uno de esos campus (el famoso Básquet Sin Fronteras) llegó a Yaoundé con la presencia de varios jugadores actuales, entre ellos Luc Mbah a Moute, camerunés que, en base a defensa, sacrificio y oficio, ya se había hecho un lugar en la NBA, luego de jugar y estudiar en la Universidad de UCLA. En ese momento había terminado su segunda temporada, en Milwaukee, y sería la cara visible de ese campamento que además contaría con varios coaches conocidos por Yanga…

Joel convenció a su padre para que lo dejara asistir pero, cuando llegó el día, no fue. “Estaba muerto de miedo. Me quede en casa, jugando a los videos juegos con Arthur, mi hermanito. Eso era lo más para mí, todavía recuerdo lo bien que la pasamos ese día, juntos, jugando al FIFA… Además, en ese entonces, yo no pensaba en un futuro con el básquet organizado, ni soñaba con poder ir a USA…”, admitió. Pero, cuando uno de los coaches del campus se apareció en la casa, su padre se dio cuenta que no había ido… Entonces, el que no quería que jugara al básquet, se puso firme con tu hijo y se aseguró que el faltazo no volviera a suceder. “Ahí fue cuando mi vida cambió para siempre”, resumió Joel.

En aquel segundo día, Mbah a Moute y los otros coaches no necesitaron mucho tiempo para darse cuenta que Embiid era distinto, una extraña combinación de físico y cualidades que permitían pensar que ese chico era un diamante en bruto. Luc, incluso, le recomendó viajar a Estados Unidos para continuar su evolución como jugador. “Yo puedo ayudarte a conseguir una beca en algún secundario, tal vez pueda llamar al que fui yo”, agregó. Joel se fue aturdido a su casa. Contento, pero a la vez sintiéndose abrumado por esta nueva puerta que se le abría. Esa posibilidad pasó a ser real, cuando el alero de los Bucks le dijo que el Academia Monteverde de Florida, donde él había asistido, estaba interesada en él tras su recomendación. Había que tomar una decisión…

Embiid fue para adelante y, a los pocos meses, se mudó a Estados Unidos. No fue fácil la adaptación. Nada sencilla. Joel no hablaba inglés y los compañeros le hicieron pagar un excesivo derecho de piso. “Pensaban que me había criado en la pobreza, viviendo en la selva y matando leones. La verdad me daba mucha bronca pero, para ser sincero, me aproveché y les hice creer que eso era verdad…”, admitió. Una forma de hacerse ver como un pibe duro, “de lograr meter miedo y así dejaran de reírse y burlarse de mí”. En aquel entonces, el chico no la pasó nada bien. Ni afuera ni adentro del campo, donde las reglas y los sistemas establecidos no cuajaban con la poca experiencia que tenía en el juego organizado. En una de los primeras prácticas, por ejemplo, un pase de un compañero le dio en el estómago, en otra acción se cayó al salir de un bloqueo (cortina) e incluso picó la pelota sobre su zapatilla cuando quiso intentar un dribbling.

El bullying que soportó llamó la atención del coach Kevin Boyle, quien les dio un consejo a los compañeros. “Deberían darse cuenta lo bueno que será Joel. En cinco años le van a terminar pidiendo un préstamo”, admitió haberles dicho el DT en clara referencia al futuro profesional que tenía el pivote. Joel, harto de las burlas, pidió el cambio a The Rock School, un colegio privado en Gainesville, al norte de La Florida. Y allí, con otro grupo de chicos y mayor tolerancia en el juego encontró el contexto ideal para crecer.

El secundario, de hecho, ganó el primer título de la Southern Intercollegiate Athletic Association de su historia, consiguiendo un récord de 33-4 gracias al protagonismo del chico (promedió 13 puntos, 10 rebotes y dos tapas). Fue cuando, además de talento y pasión, Joel demostró una ética de trabajo envidiable para progresar en su juego y así comenzar a sobresalir en ese contexto más amigable. A tal punto que el mismo jugador confesó haber pulido su lanzamiento lejano a través de videos de Youtube. Quiso saber por qué los blancos tiraban tan bien y se puso a ver videos, como había hecho con Olajuwon y Kobe durante años. Un autodidacta que amaba mirar, copiar y repetir.

Poco después comenzaron a llegar ofertas de varias universidades top del país y Embiid se decantó por Kansas, en 2013. Tampoco le fue fácil y sufrió la adaptación. Alguna falta de confianza y un comienzo lento, dentro de un equipo repleto de talento, decantó en una crisis durante el comienzo de la temporada que explotó cuando Joel irrumpió en el despacho del entrenador Bill Self, con una decisión tomada. “Me voy, me vuelvo a mi país”, le dijo. La respuesta del entrenador lo dejó shockeado. Y dudando…

-¿Estás seguro? Tenés potencial para ser el N° 1 del draft de la NBA.

Joel se bancó aquellos primeros malos días y, de a poco, encontró su lugar en los Jayhawks. Siendo compañero de Andrew Wiggins, el canadiense que sería N° 1 del draft del año siguiente, misma selección a la que Embiid decidió presentarse para sorpresa de algunos, luego de promediar 11 puntos, 8 rebotes y 3 tapas. Philadelphia, que tenía un plan a largo plazo para construir un gran equipo que hoy disfruta, lo eligió dos posiciones después (3°) que a Wiggins, pese a que el africano había sufrido una inesperada lesión por stress en el pie derecho durante los entrenamientos privados que había realizado para Cleveland Cavs, el equipo que tenía el pick #1 y se debatía con qué joven talento utilizaría esa elección.

Los 76ers no se asustaron por una lesión que requirió cirugía –y una baja cercana a los ocho meses-, porque era una apuesta a futuro. La frase Trust de Process (Confía en el Proceso), acunada por el general manager Sam Hinkie, es la explicación que resume haber tomado ese riesgo de gastar un pick tan alto en un jugador que tenía una lesión importante…

Pero, como habitualmente pasó en la vida de Embiid, poco duró la alegría. Habían pasado tres meses de la gran noticia de la elección cuando, mientras estaba en plena recuperación de la lesión, Joel recibió la peor noticia de su vida, el 16 de octubre. Arthur, su hermano menor, de apenas 13 años, había muerto en Youndé, en un accidente vehicular: el adolescente volvía del colegio cuando un camión lo atropelló. Fue un golpe devastador. Se habían criado juntos y, pese a los siete años de diferencia, tenían una conexión especial. Para colmo, Joel hacía tres años que no veía a su hermano y eso añadió más tristeza al durísimo momento, en especial el haber estado en el mismo país (USA) luego del draft.

“Arthur viajó con sus amigos a la costa Oeste pero yo no pude volar a verlo porque me habían operado y los médicos no querían… Yo pensé que tendría muchos más momentos para disfrutar con él… Por eso lo que pasé después fue terrible. A tal punto que estuve muy cerca de dejar el básquet. No estoy exagerando. Realmente consideré el retiro y todavía ni siquiera había jugado ni un partido en la NBA… Nada tuvieron que ver las lesiones, la verdad. Porque el cuerpo sana. Siempre sana. Y el dolor es temporario. Pero tu corazón, hermano… Eso es distinto. Es mucho más complicado. Y yo, cuando hablo de mi vida, hablo de mi hermano. No hay forma de contar mi historia sin él. Todos tenemos una persona en la vida que nos llena de energía positiva, de la que siempre es hermoso estar cerca, que te apoya y alienta. Esa persona era Arthur y todo siempre vuelve a él, desde mis inicios en Camerún”, fueron las líneas que le dedicó en The Players Tribune.

Cuando regresó a USA, tras estar con su familia post funeral, Embiid se sintió mal, solo. “No estaba en el lugar adecuado. Sin él, sentí que había perdido toda la motivación para seguir. Quería dejar todo y volverme a mi país, con mi familia… Y esto no es como en una película, que hablás con alguien o agarrás una pelota y volvés a estar bien, motivado… Tuve que bucear dentro mío para recuperar la felicidad, las ganas. Cada mañana me preguntaba si quería dejar o seguir. Y empujé, pese a que muchos días fueron un desastre y quería renunciar, volver a casa. Pero lo enfrenté, sin atajos. Porque cuando uno está en la adversidad, no los hay. No se puede dar la vuelta, rodearla. Hay que atravesarla”, reflexionó.

El premio a ese sacrificio lo tuvo en su debut NBA con los 76ers, luego de dos años de tanto sufrimiento e incertidumbre. Porque hay que sumar que, cuando Joel regresó, tras perderse su primera temporada por completo, se resintió y tuvo que volver a ser operado. Un golpe más hacia a una psiquis que no soportaba continuar en la adversidad. Pero Joel no se detuvo y aquella noche, el 26 de octubre del 2016, apenas diez días después del segundo aniversario de la muerte de Arthur, volvió a vivir, cuando pisó la cancha y recuperó las sensaciones del juego y notó el cariño popular. “Yo pensé que la gente me iba a abuchear, porque hacía dos años que no jugaba para el equipo. Pero cuando convertí el primer doble y bajé a defensa, escuché volverse loca a la multitud. Luego de todo lo que había pasado… Lo recuerdo como uno de los mejores momentos de mi vida. Los hinchas me dieron tanto, que esto ha sido más grande que cualquier cosa que pueda generar el básquet”, se sinceró quien aquella noche sumó 20 puntos y siete rebotes.

Por eso, desde ese momento, se puso el controvertido proyecto Sixers sobre sus hombros. Con apenas 22 años. En uno de los primeros juegos, por caso, se acercó a Matt Cord, el encargado de la locución en el estadio Wells Fargo Center y le pidió que en la presentación lo comenzara a llamar Joel “The Process” Embiid, recordando el motivo por el que fue elegido por esa franquicia. Y apoyando de esa forma la estrategia de construcción de la franquicia que era criticada en muchos ámbitos, incluso dentro de la ciudad. “No es un proceso, el proceso soy yo”, fue su explicación cuando le preguntaron la razón por la que eligió el apodo.

Philadelphia terminó penúltimo en el Este y N° 27 (entre 30 equipos) en la NBA pero un camino había comenzado. Para la franquicia y para él, quien ya era su nueva figura y el flamante líder. Joel jugó sólo 31 partidos, pero alcanzó para mostrarse como el futuro, siendo el goleador (20 puntos) y la gran presencia interior que todos esperaban (7.8 rebotes y 2.5 tapas) luego de una larga espera.

En la siguiente campaña, jugó más (63) y subió su aportación (22.9 y 11) para que los Sixers se convirtieran en un equipo ganador, logrando 24 triunfos más, escalando hasta el tercer lugar de la conferencia (marca de 52-30) y llegando a las semifinales del Este. Algo parecido lograron en la siguiente, la 18/19 (51-31), pero sufriendo una descorazonante derrota en la misma instancia (semi del Este), tras aquel lanzamiento agónico que Kawhi Leonard metió, cayéndose, en el séptimo juego de la serie.

“Cuando tomó el tiro, pensé ‘no hay forma (que entre)´. Cuando pegó en el aro, dije ‘ya está’. Cuando rebotó dos/tres veces más, pensé ‘no hay forma’… Y cuando pegó la cuarta vez y entró, realmente no podía creerlo. El básquet no es de vida o muerte, pero aquel partido era otra cosa, significaba mucho, para mí, la familia, la ciudad… Por eso, cuando me iba de la cancha, lo hice con lágrimas en mis ojos. Tuve que vivir todo el verano con la culpa, pensando que debería haber hecho algo más. En esos meses, si veía la foto en Internet, no me iba de la publicación. Quería que me quemara la cabeza, como una motivación, para sumar un aprendizaje más, para volver más fuerte…”, reconoció.

En el camino, se mostró como un chico extrovertido, lenguaraz, polémico, capaz de la declaración más picante o la acción más jugada. “Soy el mejor pivote de la NBA y el jugador más determinante”, dijo más de una vez. Se ha peleado con más de un rival (Westbrook, Dray Green, Donovan Mitchell) e incluso los ha cargado, ganándose la fama de bocón. “A veces lo necesito. Quiero divertirme. Mi juego cambia cuando me divierto. Siempre me dicen que si no sonrío durante el partido es porque no estoy jugando bien o no estoy comprometido”, fue su explicación.

Todo un personaje que no necesitó de ser figura para sorprender a otros mundos, como pasó con el del fútbol, mostrándose como acérrimo fan del Real Madrid, cargando al Barcelona pero siempre respetando a nuestro Leo Messi, a quien calificó como el mejor futbolista de la historia. O cuando se metió, tal vez sin querer, en el mundo de la farándula al invitar a salir a Rihanna, la famosa cantante, a través de una red social (Twitter). Ella entendió el juego y le respondió “volvé a intentarlo cuando llegues a un Juego de las Estrellas”. Joel no se detuvo y la citó en un restaurante.

El pivote apareció, ella no, y pese a todo cenó solo y publicó la foto. En 2018, cuando por primera vez fue elegido para el All Star, a Joel le consultaron por ella. “Tuvo su chance y me rechazó en aquel momento. No hay razón para volver con ella. Tengo que pasar la página. Hay muchas mujeres hermosas y yo soy un muchacho guapo”, dijo. A los meses, sin embargo, volvió a la carga, con sus contradicciones: “Bebé, ¿todavía estás soltera o no?”. A los pocos minutos se arrepintió, hablando de él en tercera persona. “Process, basta. Pensé que eras un All Star”, dijo jugando con la condición que ella había puesto para responder.

Así ha sido su vida, un sube y baja de situaciones y emociones. Y hoy, con 29 años, no deja de impactar su metamorfosis: de aquel pibe africano que no jugaba al básquet a esta que es una estrella del deporte, superó todos los obstáculos y hoy quiere disfrutar de la vida, a su manera, ya con el MVP bajo el brazo y mientras busca el ansiado anillo. “A cada persona que sufre hoy, que la pasa mal, le recomiendo dar un paso adelante, uno por vez. Porque en el final te puede estar esperando la recompensa”. Joel Embiid y su mensaje. De puño y letra.

Con Información de Infobae